
Cada noche, a eso de pasadas las doce o entrada la madrugada, su falta le abría esa herida que dejaba su ausencia. Acudía , entonces, a la memoria que no tenía, el familiar ritual de ella: la varita de incienso en la mesilla, la tenue iluminación de la lámpara , el libro cerrado en nunca recordada página... cepillaba su pelo, unos instantes, como si con ese gesto pudiera ahuyentar todas las tensiones, todos los temores y le rociaba a él de esa fragancia a lavanda, le habían comentado que ese aroma tranquilizaba e inducía al sueño. A continuación, su cálido rostro acurrucándose en su tela, en su piel; ese era el momento más dulce del día, quizá también de su existencia, pensaba el huérfano almohadón, ahora que ella se había ido definitivamente de la casa.
Precioso. Un almohadón con sentimientos. Me ha encantado. Besos. Magda
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