Hacia el fin del mundo ©

Hacia el fin del Mundo.


Conduje toda la noche sin detenerme. ¿Un objetivo? Alcanzar el fin del mundo si era preciso, ya casi lo olía, lo entreveía. Cielo caprichoso, a veces aparecía encapotado, otras libre y con claros que me permitían contemplar las constelaciones brillantes cual basiliscos relucientes y en movimiento. Brisa fresca de noche, un ronroneo constante con sabor a diesel, olores irreconocibles invadiéndome de forma inalterable; caminos nunca vistos, oscuridad ciega y permanente.

Atrás… La dejé a ella. Cerré la última ventanilla para que no pudiera introducir su cabeza delgada, frágil, angulosa… Se quedó allí arrastrándose, gritando a la noche: ¡No te vayas! No huyas español. ¡Te quiero! Pero ella lo sabía. ¡Debía haberlo presentido! Yo no era carne de su tierra y ni siquiera nací en su religión…

Hay un puerto de montaña en el camino. No aparece en los mapas… ¿O sí? Me vuelvo a mirar a Lathia pero ella ya no está a mi lado. Me dijo: “Elige entre una vida aquí en Marruecos junto a mí o huye ahora...”

- ¡Sus ojos verdes! -

Asciendo a lo alto del puerto, arriba hay una claridad reveladora, es la luna, me mira con amargura, no hay un alma bendita. Me detengo un momento a orinar. Antes – ¿hubo otros tiempos? – Sí, en que por estas montañas señoreaban leones…

- Su pelo…¡es negro como el azabache! Espeso, como el de aquellas míticas fieras del Atlas, pero mil veces más delicado… -

¿Les llevaré suficiente ventaja…? A los seis hermanos de Lathia. No creo que esto les haya maravillado. Vendrán pisándome los talones; conocen bien el terreno. Están en su casa. En cambio yo… Claro, que por el puerto… A nadie en su sano juicio se le ocurre meterse en pleno mes de febrero.

- Amor dime ¿que buscas en mí?…: Solo eso, amor... Nada más -

José Fernández del Vallado

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