Desde Coquimbo, Chile la fuerza del color.
Adiós pajarito
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Dos proyectos que buscan la difusión de arte
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Etiquetas: artes visuales
La nube
Íbamos a cazar una nube. No es fácil, cualquiera lo sabe. Era una nube blanca, rodeada de pasto y de flores. Cazarla era imposible. ¿Cuál era la nube? Esto era lo difícil. Las nubes estaban en el horizonte, muy lejos; había que alcanzarlas en coche, en automóvil, en avión. ¿Pero quién dispone de un avión, de un automóvil, de un coche? Más fácil sería ir a caballo, galopando, o en bicicleta. Pero todo era imposible. Una vez llegados al horizonte, ¿qué hacíamos? Nos quedamos mirando la nube que no había cambiado de forma, aunque sus compañeras fueran bastante distintas y fáciles de confundir entre ellas. Nos quedamos mirando aquella nube hasta que cayó la noche azul, azul como el interior de uno de los juguetes, el más importante y seductor de todos; un juguete vulgar, si se quiere, pero raro. El juguete era extraño, no puedo describirlo pero se trataba de una bolsa de material plástico, que no existe en este mundo, en forma de raqueta; contenía un mar azul, tan azul que no parecía cierto como el azul de la noche. Cuando el mar se agitaba surgían otros paisajes, de países distintos. El agua que llevaba la bolsa era de mar, tal vez, y los paisajes nunca se repetían, y eran preciosos.
—Soy propietaria de la nube —dijo la más tonta de mis amigas— y es mía. Yo me quedaré hasta que desaparezca.
Lo dijo con tanta seriedad que todo el mundo la creyó.
—Nunca desaparecerá —dijo una señora cubierta de plumas, como si quisiera imitar a los indios.
—Entonces me quedaré para siempre —declaró la niña.
Y quedó para siempre en aquel lugar, que no sé muy bien dónde se encuentra. Nadie lo conoce. Se llama la Nube o se llama Descubrimiento de Otro Mundo; pero nadie sabe dónde está, ni en qué estación aparece. A veces la nube se transforma en un lecho donde cruza el cielo, un lecho rosado y mullido, que no tienen las lluvias ni los temporales, y duerme durante horas hasta que el sol la despierta y ella, ágil como una liebre, salta de su lecho y baja a la tierra; alguien la espera, alguien que no sabemos quién es. Este es el misterio que hay que descubrir. ¿Quién la espera? ¿Un joven hermoso, un perro, un animal feroz? Nunca lo sabremos. Cuando baja y aterriza, me aseguran que oye un gruñido que la asusta. ¿Una nube que gruñe? En los primeros tiempos creyó que sería la tormenta... Una tormenta nunca gruñe. Después empezó a dudar; el gruñido era acaso de una bestia antediluviana. Rápidamente optó por averiguar de dónde provenía. Lo buscó desesperadamente y olvidó los libros que tenía que revisar y recuperar porque le pertenecían, porque ella los había descubierto. Buscó a todas horas, en todas partes, olvidando lo que tenía cerca de su mano. Ya no comía, ni dormía ni descansaba. El mundo ya no era el mismo. Se arrodilló finalmente sobre el pasto e inventó una oración. Cerró los ojos y la dijo noche y día, día y noche, hasta que recuperó la quietud.
Nunca supo cuál era el animal que gruñía. ¿Un lobo, un zorro, un jaguar, un tigre? Como estaba tan cerca de las nubes, no podía distinguirlas. Vistas de cerca, las nubes eran enormes... Nunca supo cuál era la bestia, pero sí que esa bestia la mataría si no abandonaba la nube de su invención. Y ésta es la única verdad de este cuento.
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Poemas de la era nuclear, de Óscar Hahn
Por Eduardo Moga
Letras Libres, Julio de 2008
Poemas de la era nuclear, de Óscar Hahn (Iquique, Chile, 1938), es una antología que recoge poemas escritos entre 1968 y 2001, muchos de ellos inéditos. Su primera sección constituye un vigoroso alegato antibélico, en el que se evoca el horror de Hiroshima y Nagasaki, y se consignan escalofriantes imágenes de la reciente guerra de Iraq. El expresionismo conviene a la naturaleza apocalíptica de lo descrito, pero el grito en que se erigen los poemas es un grito delicado, que hace tolerable la violencia que denuncian. Las piezas se articulan inteligentemente, con pertinentes juegos simbólicos –como la correlación numérica de las primeras, que concluye en la titulada “Reencarnación de los carniceros”, precedida por el número de la bestia, el 666– y airosas gradaciones, como la que compone “En la tumba del soldado desconocido”, que empieza con la alegría que embarga a quienes parten a la guerra y acaba con su muerte y su olvido. Los ecos antiyanquis, empero, no tardan en aparecer, y uno no acaba de entender que la imperfecta pero democrática sociedad estadounidense sea la sociedad denostable por antonomasia, el paradigma del pueblo hipócrita y cruel que inflige dolor al mundo, como parece desprenderse, por ejemplo, de “Familia americana”: “Bombardean Hanoi/ Bombardean Bagdad/ Bombardean Kabul// Pero ellos son piadosos/ y adoptan a los huérfanos”. En otra estimación sesgada, si no torticera, del daño que sufren los seres humanos, Hahn critica con acritud –y con razón– los bombardeos de Iraq, pero el atentado contra las Torres Gemelas sólo es un pretexto para un poema de amor.
La segunda y más breve sección de Poemas de la era nuclear está dedicada a la música. En media docena de poemas, Hahn rinde homenaje a algunos de sus estilos o intérpretes favoritos, como el jazz, Elvis Presley, John Lennon o Kurt Cobain. En dos de las piezas practica un rasgo muy posmoderno: la mezcla de referentes. Así, San Juan de la Cruz escucha a Miles Davis –ambos penan en el calabozo–, o The Eagles y José Asunción Silva –el exquisito poeta colombiano, admirado por Unamuno, que, tras departir con los amigos, se pegó un tiro en la pechera– confluyen en el Hotel California, such a lovely place. Esta convivencia de personajes, asuntos o técnicas disímiles se mantiene a lo largo del poemario: los sonetos consonantes se avecindan con la música pop, y la poesía cortesana se entrelaza con la astronomía: “Las catedrales azules del cielo esplenden en la noche sin fin/ y sus vitrales de colores dejan pasar la luz de otros mundos// Tu locura mi cielo brilla en la noche estelar// De tu frente sin orden/ se alza un arco iris que acaba en mi frente”, leemos en “Hipótesis celeste”.
La tercera sección del libro examina, con irreverencia y humor, los conceptos de la religión. La epífora –“fijensé”– que atraviesa el primero de los poemas que la componen, “Fábula nocturna”, es un buen ejemplo del gusto por la experimentación retórica de Hahn, y de su burbujeo verbal. En Poemas de la era nuclear abundan las repeticiones y los calambures, como manifestación de su inclinación, en ocasiones excesiva, por los juegos de palabras: “Tienen rabia contra el mundo/ Tienen rabia contra el inmundo”, escribe en “Nirvana”; y en “Sociedad de consumo”: “Examinamos el nuevo producto/ anunciado por la televisión// Y de pronto nos miramos a los ojos/ y nos sumimos el uno en el otro// y nos consumimos”.
En esta práctica de lo ingenioso radica lo mejor y también lo peor del libro. Y donde mejor se advierte es en su cuarta sección, la más extensa, dedicada al amor y a sus tribulaciones, que se derraman por una cotidianidad elemental y ardua, encendida por el recuerdo del deseo y la cópula, pero también por la dentellada de la separación y la mortaja del olvido, y salpicada de manchurrones bukowskianos. Hahn acierta a menudo, y obtiene una emoción seca y grande, como en “Muerte de mi madre”: “existir no puede ser algo tan pobre/ como vivir metido adentro de un cuerpo/ que se hace escombros que se hace cenizas…”; o bien poemas crujientes como hogazas, recorridos por una sutileza que no es incompatible con lo coloquial, y que eleva lo insignificante, mediante la metáfora, de su légamo de insignificancia. Sin embargo, Hahn incurre no pocas veces en la obviedad. Algunos poemas son de una simpleza descorazonadora; otros, amorosos, resultan ñoños; otros, en fin, sólo pueden calificarse de fallidos. En “De la naturaleza de Dios”, por ejemplo, escribe: “Dios es una secretaria de pelo largo/ falda ajustada y escote pronunciado/ que cuando se inclina hacia delante/ se le ve la vía láctea”, versos desdichados en los que brillan el anacoluto, el tópico y la vulgaridad. Es la efervescencia lingüística, el voltaje y, a la vez, la delicadeza expresivos lo que evita que sus piezas más críticas e ideológicas se conviertan en propaganda: cuando no se tiene ese cuidado, la poesía desaparece. Así reza –y nunca mejor dicho– el epigrama “La última cena”: “La corrupción se sienta/ sobre los limpios cuerpos/ con servilleta y tenedor y cuchillo”. Hahn parece compartir, en sus peores momentos, la concepción de “la poesía en tejanos” que tanto popularizara en España la poesía de la experiencia, felizmente extinta; una poesía que concede al lector el placer de la nada, correctamente redactada. Así lo confiesa en el título de uno de los poemas, “Ninfas en jeans a la carrera”, y así lo reconoce también Alexandra Domínguez en su entusiasta prólogo: “[Hahn] se apropia de las epopeyas colectivas con el tono que siempre le será propio y que lo distinguirá de sus compañeros de generación, una cierta informalidad, una poesía, para decirlo con sus mismas palabras, ‘que no es de corbata, sino de bluyines’…”
El tono de Poemas de la era nuclear vuelve a subir en su última sección, que investiga en lo interior y se aproxima al delirio, pero sin abandonarse a él. Hahn proclama sus inquietudes existenciales en estos poemas elaborados con dísticos y fervor, sacudidos por calambrazos oníricos y hasta surreales, y no exentos de ironía. En “La muerte es una buena maestra”, las oscuras llamaradas del inconsciente –”un árbol lleno de pájaros muertos”– se mezclan con alusiones al Lázaro bíblico, a los náufragos del Titanic, a la pintura demoníaca de El Bosco, a la suicida Alejandra Pizarnik –”aquí no hubo ni extracción ni piedra ni locura”– y al Ave Fénix, para reconstruir el viaje de la muerte, emprendido ya por todos, temporal o definitivamente, y que atisba también el yo lírico, ingresado en un hospital, cuya sangre manipula un cirujano. La certeza del envejecer y de una nada cada vez más cercana culmina en un último poema, “Mar y cielo”, construido mediante inversiones, que traducen la confusión del ser y su desorden final: “Había pájaros en el fondo del mar/ (…) Había peces en lo alto del cielo/ jibias que nadaban con sus tentáculos sepia…”. A ese cataclismo existencial, no obstante, no se llega sin haber experimentado, en algún fugaz momento cuya razón desconocemos, un sentimiento de fusión con el universo, que nos redime de tanta ruptura y de tanta soledad: “cierra los ojos olvídate del mundo concéntrate en el sitio// donde el espacio de la mente y el espacio del cielo se juntan/ se juntan y se abren a dimensiones inconmensurables/ no hay adentro ni afuera hay algo que no tiene nombre…”.
Artículo recogido desde letras5s
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POEMAS DE LA ERA NUCLEAR (ANTOLOGIA 1961-2008.)de HAHN, OSCAR
Editorial: BARTLEBY EDITORES, S.L.
ISBN: 9788495408846
Nº Edición:1ª Año de edición:2008
Plaza edición: MADRID
Óscar Hahn es hoy uno de los grandes y necesarios poetas de Chile, lo que equivale a decir de la lengua española y la poesía contemporánea. Su poesía, ya integrada en el coro de las voces mayores de nuestro tiempo, es un viaje a las zonas desapaercibidas de lo real, un descubrimiento de segemntos no explorados hasta ahora por la conciencia poética, el enunciado que asume la contradicción, la heterodoxia que incorpora lo clásico y el desafío imaginativo, la erudición y lo coloquial, el conflicto que convive sin conflicto en la revelación que sólo la oesía es capaz de mostrarnos.Poemas de la era nuclear, antología que recoge poemas escritos entre 1961 y 2008, en buena parte inéditos, muestra ese interés permanente de Óscar Hahn por insertar el yo y su circunstancia en un mundo contemporáneo marcado por la prevalencia de los conflictos bélicos, la amenaza armamentista y la eclosión de las nuevas tecnologías
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Jorge Jiménez, chileno, ingeniero al que un día le dió por escribir, participa hoy en nuestro espacio de narrativa.
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Al Rihla (El viaje) supone un itinerario por los principales lugares de espiritualidad que su autor (Luis Luna, 1975) ha recorrido. Sin intenciones descriptivas, el poemario pretende ser, más bien, una exteriorización de aquello que persiste cuando se ha superado toda religión y se analiza sólo el componente espiritual inherente a toda civilización. El extranjero da cabida al silencio como sonido necesario. No es lo que está escrito en el papel. Estamos ante la disolución sufí.
Luis Luna (Madrid, 1975) acaba de publicar Al-Rihla (El viaje) en la colección Helado de Mamey de Ediciones Amargord: un itinerario por los principales lugares de espiritualidad recorridos por el poeta.
El libro arranca con una cita de Avempace dedicada a los solitarios que los sufíes designan con el nombre de extranjeros, ya que aunque vivan en sus propios países o entre sus compañeros y vecinos, en realidad son extranjeros en sus ideas, pues se han marchado con sus pensamientos (…) que para ellos son sus patrias.
Sin intenciones descriptivas, Al-Rihla pretende ser, más bien, una exteriorización de aquello que persiste cuando se ha superado toda religión y se analiza sólo el componente espiritual inherente a toda civilización: ese impulso de unión con un Todo intuido a través de la naturaleza, de las distintas tradiciones, de los documentos literarios y artísticos. A partir de ese bagaje, del paseo como ritual místico el autor levanta un andamiaje textual conducente a la disolución.
Para alcanzar ese estado de vacuidad el lenguaje se va haciendo cada vez más denso, más intrincado y, a la vez, más despojado. Se rechaza todo artificio, dando entrada al silencio como parte fundamental, como sonido necesario.
El viaje
El libro arranca Extramuros a través de un viaje que se adentra en Siria. Sucesivas paradas en el Zoco “La palabra esperada/ derrota/ la experiencia/ perfila los matices/ delimita sus sombras”, La Gran Mezquita de los Omeyas: Aquí/ la luz/ recibe nombres/ que exceden/ el lenguaje y el Desierto (Traza/ sobre la arena/ palabras/ para que sólo el viento/ las pronuncie).
Derviches ahonda en la fuerza del círculo - Dejen que la palabra/ les busque/y les penetre/ que sea ella/ quien inicie su giro-. Para encontrar su lugar en el Éufrates: El discurso de todo lo que fluye/ se olvida y se disgrega/ en el lecho del río. En Meteora escucha el lenguaje de la cera (descubre ese murmullo/ de la llama y el aire./ Su cifrada sintaxis).
Prosigue Al-Rihla en “Mensajes en el muro”: Introduce/ un pequeño fragmento/ de papel/ en el muro/ como homenaje al intersticio; Kyos “Las campanas predican la memoria. Cada vibración, cada movimiento propicia un nuevo entorno que se interna despacio en cada cuerpo y lo conmueve. Es esa su armonía". Culmina en Montserrat: La certeza no buscas. Ni el centro, ni la linde. Dejas que el nombre tuyo en la mirada se diluya. Cuando todo el silencio ha sido asimilado lo exterior deja de tener sentido, ya no hay alrededor sino que, de algún modo todo está dentro, intramuros.
Una vez allí puede contemplarse el Todo y la parte, y en esa escisión comprender la juntura, la sensación de re-unión experimentada y vivida sin subterfugios, expresada, como dirían los sufíes, a través del lenguaje y la gramática, de ese collar de la paloma que representa cada serie, cada texto.
Entonces el lenguaje/ Las sílabas de la calcinación.
Luis Luna (Madrid, 1975). Su obra se desarrolla tanto en gallego como en castellano. Junto a Óscar Curieses ha publicado los poemarios Hidroemas (2000) e Ignicións (2002) en la editorial Acef. En castellano ha publicado Cuaderno del Guardabosque (Amargord, 2007). Su obra ha sido recogida también en numerosas publicaciones periódicas y aparece en libros colectivos y antologías como salida de emergencia o Todo es poesía menos la poesía. Interesado en el campo visual –especialmente el mail-art y las instalaciones en la naturaleza-, ha podido mostrar sus propuestas en eventos como la I Bienal de Arte Contemporáneo Cabo de Gata-Níjar (Almería). Ha organizado algunos espectáculos escénicos y participado en numerosos proyectos interdisciplinares junto a otros creadores como Concha Jerez, Guillermo Rodríguez, Aleksandra Mir, María Vielva o Carlos de Gredos y colectivos como Máquinas de coser o nosomoscómodos producciones.
Poemas pertenecientes a Al-Rihla de Luis Luna (Colección Helado de Mamey, Ediciones Amargord)
Traza
líneas en el aire.
Estudia
la arquitectura
de su soledad.
Contemplo dos muchachos
que ríen bajo el sol.
Ellos no saben
de los símbolos de la divinidad
del lenguaje que escribe el sudor en su cuerpo.
Aquí
la luz
recibe nombres
que exceden
el lenguaje.
Donde nací
el agua
impone nombres.
La arena que ahora toco
otorga identidad.
En cantos verticales
la piedra
recita su plegaria.
Se yergue
hacia la transparencia.
Desde esa perspectiva
el muro
no es lugar
sino un estado
nacido en la ceguera.
Reconocerse ahí: en el brazo o la piedra, en el tacto difuso y su estremecimiento. Y no decirlo nunca. Dejar sólo que sea.
Florece ahí sobre el resuello y la animalidad, sobre el grito y la podre, sobre la indiferencia. Y no digas lo frágil. Ni la luz. Que el velo continúe.
Al-Rihla (El viaje)
Luis Luna
Diseño y maquetación: María Trueba
Fotografía de portada: Rosario Alba
Fotografía de solapa: Guillermo Rodríguez
Colección: Helado de Mamey
Director de colección: Francisco J. Sevilla
Ediciones Amargord
ISBN: 978-84-87302-75-6
Gentileza de Noticias editoriales de Ediciones Amargord
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