para _poemme_
Carlos Bardellini, pintor, fotógrafo, aprendiz de poeta
Ecuatoriano declarado en autoexilio
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DERECHOS RESERVADOS
Dos proyectos que buscan la difusión de arte
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Poema
Yo estoy jugando con mis amigos,
Yo tengo amistad,
Quiero estar en el cielo,
Yo lloro por mi mamá,
Yo uso sombrero,
Yo hago silencio.
Álvaro Sebastián Sánchez. 9 años
Si la luna pudiera hablar…
1. ella me diría que la noche es tan hermosa
.2. le diría a los lobos que no aúllen y silencio
3. ella me diría en cuales estados me gusta más.
4. me preguntaría que si quiero que hable
5. o si no que calle para siempre6. que si yo tomaba decisiones malas7. o buenas8. que nosotros deberíamos guardar9. la pena y demostrar lo que somos10. que aceptara las diferencias.
Juan Fernando Rojas. 8 años
Cómo me sentiría si yo fuera un pájaro….
Yo me sentiría más diferente, porque es diferente las manos que las alas, la boca que el pico y uno ir al baño hacer sus cosas si es hombre, por que un pájaro se hace en lo alto y uno volar que caminar.
Carlos Alberto Londoño. 10 años
Proyecto Gulliver
Medellín, Colombia
http://www.festivaldepoesiademedellin.org/pub/es/Escuela/Proyecto_Gulliver/index.htm
DERECHOS RESERVADOS PARA LOS NIñOS DE LA HUMANIDAD
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nat
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Etiquetas: poesia, poesía poetry
El río es la ciudad.
Digiere la inmundicia
lenta de los desagües y devora los humos
que se restriegan por su lomo en las madrugadas
de mercurio.
Barcazas con bidones
apilados y oscuros desbaratan
el trazo de las luces sobre el cauce.
Barcazas con enormes cubos
de desperdicios surcan las imágenes
de los enormes cubos del desorden.
Barcazas con las luces encendidas
y turistas borrachos, paquebotes
que dejan un sabor a gasoil en el aire,
lanchas y urcas con focos que disparan
su brillo a la madera calcinada
del agua.
Todo lo digiere, prieto
como la noche; todo lo dibuja
en su pizarra.
Y si algo estorba
o deshace el idilio que desde la avenida
miran ensimismados los amantes,
se besan, y ya nadie mira el río.
El río es la ciudad.
JoséAngel Cilleruelo, poeta.
Barcelona
http://www.adamar.org/numero_18/000148.garcia.htm
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Contemplation
by
Meridy Volz
©
Érase un tiempo en el cual la humanidad era hermana
y un lugar en donde la vida era humana.
Vivió una mujer que dio a luz un hermoso retoño,
un niño que sentía el calor de la luz del sol,
una luz que nunca vio… sueño infinito y opaco.
De sueños vivía, con sueños crecía,
de sueños enfermaba, con sueños amaba.
Un día escuchó la voz de una mujer;
timbre melodioso, cadencia pausada,
dulzura de almíbar: se había enamorado.
Y se encontraron, el uno junto a la otra,
en silencio; ella miraba, él… sueño infinito y opaco.
Se tocaban. Se rozaban. Se acariciaban.
Se hablaban se besaban se amaban,
dormían la vida para que la del otro soñara.
Y de sueños vivían, con sueños crecían,
de sueños enfermaban, con sueños amaban.
Érase un día triste:
el calor del sol lamía la piel,
el rubor de las hojas se atropellaban por el viento,
el olor de las arcadas que manaban del follaje,
el pavor a salir de casa, el temor a vivir sin ella.
Sueño infinito y opaco…
Bastón en mano y a tientas
salió en busca de un taxi.
“Lléveme al mesón del acantilado”, dijo al taxista.
“A la orden”, respondió aquél, rodando hacia la autopista.
Érase un día triste:
el calor del sol poco acariciaba,
el furor de las olas del mar que se atropellaban entre las rocas,
el olor a salitre que manaba de las arcadas del mar,
el pavor a descubrir la verdad, el temor a vivir sin ella.
Sueño infinito y opaco…
Bastón en mano y a tientas
llegó a una mesa del mesón, se sienta.
“Deseo que me guise una gaviota, deseo probar su carne”, dijo.
“Me temo que es imposible”, responde sorprendido el mesonero.
“Pagaré lo que quiera. ¡Concédale a este ciego lo que desea!”
Y el mesonero encoge los hombros: “Veré qué puedo hacer”.
(“Será como ciego quien guisotea.”)
Érase un día triste:
el calor del sol no llegaba… Atardecer,
el rumor del viento que abrazaba a las gaviotas,
el olor nutritivo que despedía el horno,
el pavor a saber, el temor a vivir sin ella.
Sueño infinito y opaco…
Y como un sueño imaginó por qué se fue,
imaginó cientos de causas para no creer,
pero era más fuerte su voluntad
y dormía la vida para soñar la de esa mujer,
moriría antes que huir de la verdad.
Érase un día triste:
el calor del sol se marchaba, el frío llegaba,…
el rumor del viento que ululaba, que a las gaviotas silenciaba,
el olor nutritivo que le llegaba del plato,
el pavor a comer, el temor a vivir sin ella.
Sueño infinito y opaco…
Tenedor en mano y a tientas
tomó un poco de carne, de gaviota,
y se la llevó a la boca:
masticó y se hizo la luz, la luz de la verdad:
la verdad como una roca.
Maldijo aquel día triste
prólogo de ese día triste
punto final de una crasa aventura
punto seguido de una noche segura:
primero fue día de regocijo y felicidad
viaje placentero junto a su amada desposada
locura de amor radiante y desbordada
después fue día de tempestad y tormenta
en barco iban y del barco naufragaron
tragedia de la que indemnes escaparon
luego fue día de sosiego y descanso
en isla desierta parada y fonda obligadas
solos ellos desierto y gaviotas asadas
mas tarde fue día de hambruna y desespero
él solo desierto un cuerpo mutilado
y gaviotas reposando en el acantilado
al final fue día de tristeza
sueño de sombra infinita se había salvado
esposa y amante se había marchado.
Érase un día triste:
el calor del sol desapareció… Anochecer,
el rumor del viento que ululando a las gaviotas silenció,
el olor incesante a salitre, denso como la noche,
el furor de las olas del mar que se atropellaban entre las rocas,
el temor a vivir, angustia de vivir para siempre sin ella.
Sueño infinito y opaco…
Bastón en mano y a tientas
buscó el borde del precipicio, halló el acantilado
que rugía como leones hambrientos esperando el banquete.
“Mujer, de sueños vivimos, con sueños crecimos,
de sueños enfermamos, con sueños amamos,
y juntos seremos sueño infinito y opaco
y hacia ti volaré como esas gaviotas que nunca me diste de comer.”
(Y sobre la verdad durmió para siempre.)
Moscugat
España
http://www.librodearena.com/moscugat/blog
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Etiquetas: cuentos, cuentos tales
-Póngase por un momento en mi lugar –lo intenta por enésima vez el tozudo hombre de aspecto sencillo, inocente, simple; tan simple como su chamarra de mezclilla que lo abriga hasta la cintura en su corta estatura; dibujando apenas un esbozo de lo que fuera una abierta, emocionada sonrisa tres minutos atrás-, si paso estas palabras a un papel, siento que perderán por completo su significado, les añadiré una coma, así como no queriendo la cosa, pensando que de esta manera ganará en énfasis, usted sabe. Luego, seguramente vendrán los sinónimos y la fonética. ¡Por favor! ¡acepte usted el mueble! Total, podrían colocarle el sello en la parte posterior o incluso sobre la oración; por mí no habría ningún problema –encogiéndose tímidamente de hombros.
-Eh… disculpe la intromisión, caballero –interrumpe la discusión en la fila un desconocido de gabardina negra que abraza amoroso tres breves ejemplares empastados, formado detrás del pintoresco individuo empeñado en convencer a la empleada de la oficina de Derechos de Autor-, si no he entendido mal, ¿desea usted obtener… alguna clase de derechos sobre… ese buró? –clavando su vista curiosa en el singular enser, reducido a una diminuta puerta sin molduras y hasta sin manija; sintiendo la necesidad de asomarse por ese huequillo redondo que alguna vez albergara una chapa, ahora ligeramente astillado, rodeado de barniz quebradizo; mientras se desabotona la gabardina.
-¡Claro que no! –responde con el último aliento de su sonrisa el aspirante al registro- Yo solamente deseo obtener el certificado que me conceda la autoría de mi frase –coloca el buró en el suelo (además es cojo), señalando pusilánime la dichosa frase, literalmente grabada en la parte superior de la vieja madera del buró.
Hasta la dama se pone en pie para asomarse cautelosa a través de la ventanilla. El creador de la frase siente orgullo; el fulano entrometido se sorprende, no tanto del concepto sino de la habilidad del otro por lograr plasmar con cierta claridad esas letras diminutas y chuecas sobre el pequeño mobiliario; confundiéndose una "R" con un par de "pes" minúsculas en tipo y tamaño.
-Vaya vaya… ¿usted labró esto? –pregunta con descaro el de la gabardina, aguzando su larga nariz de gavilán y esos ojos miopes de lechuza trasnochada.
-Así es –responde el proyecto de artista; hinchándose ahora de orgullo a pesar de no sentir mucho ánimo para transformar su rostro insulso, alargado y triste en al menos un gesto de esperanza.
-Pues lo felicito. Hace falta mucha paciencia para lograrlo. ¿Qué usó? ¿formones, gurbias? Debió necesitar también un delicado martillo de tapicero –agachándose aún más para asegurarse si eso que intenta enfocar son simples letras o una extraña fórmula extendida.
-No. Solamente un cuchillo, un cuchillo de mesa. Eso sí, bien afilado –afirma, satisfecho de su obra.
-Y… dígame… ¿qué significa? –parpadeando sin cesar, inclinado sobre sus rodillas al tratar de adivinar la identidad de un cero que quizás sea una O.
-¿Pues qué no lo lee? –un poco molesto responde el autor, para luego pasar la vista por la frase, recitándola con cierta afectación:- "El sentido del humor es más importante que tener amigos, mujeres o dinero, pues al poseerlo, los otros tres se darán por añadidura".
Poco a poco asimila el varón intrigado que eso que parecía el símbolo de raíz cuadrada, es la patética tilde de una letra Ñ en picada.
-Yo no tengo ningún inconveniente en recibir su obra –interviene la oficinista, quien a pesar de tener una apariencia amable, en estos momentos luce un tanto desencajada, colocándose una vez más sus coquetos anteojos, reinstalada en su silla giratoria, alternando su vista entre ambos sujetos-; bastante trabajo le habrá costado al amigo haberlo logrado, lo reconozco y admiro su labor en la talla de maderas; ¡pero hombre! ¡siempre y cuando la presente como todo el mundo! ¡un escrito con valor literario debe entregarse en papel y por triplicado!
-¡Es que usted no comprende! ¡Yo…!
-¡Sí, sí! ¡Ya sé! ¡Las comas y la fonética! –interrumpe la dama madura al necio y chaparro dueño del buró; provocando que el fisgón de la gabardina dibuje una divertida mueca traducida en risilla dirigida a las cinco o seis personas ya inquietas, formadas detrás de él, para luego retornar la mirada morbosa sobre la frase casi rupestre; al mejor estilo del forense que elucubra pretextos con el fin de desenmarañar el enigma del cadáver a sus pies.
-De haber contado con una sólida orientación escolar –dice, dirigiéndose al aprendiz de tallador-, y sobre todo una clara idea de mi vocación, allá, en mi lejana juventud, lo más probable es que ahora yo sería un simple siquiatra, y como tal, en lugar de venir a registrar mis poemas, estaría recitando alguna hipótesis para resucitar el sicoanálisis; usted sería un excelente conejillo de indias en mis afanes de debatir sobre los alcances de la originalidad en relación con la autoestima; pero como un iluso escritor frustrado, le digo que frases con menor fuerza que la suya se han convertido en proverbios de generaciones enteras… "E-el sentido del humor… es más… ¿importante?... que t-tener a-amigooos… ¿mujeres?.... ….. o d-di-dinero, pues al mmmm mmmm mmmm..." –termina de leer la sentencia del buró en silencio mientras la burócrata parece desesperar- Me gusta, me gusta. Me agrada usted. ¡Tiene un sarcasmo impresionante!
-¡A ver! ¡Se pueden dar prisa ustedes! ¡Tengo que regresar a mi trabajo! –se queja una chica molesta de ver la fila sin avanzar.
-¡Sí, ande! ¡Vaya a su casa y escriba eso en un papiro si lo desea! Le puede anexar una fotografía del buró si tanto significa para usted –se une otro al reclamo, con bufanda enrollada en el cuello y hasta guantes; a pesar del aire acondicionado en la oficina; mientras las demás ventanillas y en general el resto del personal laboran normalmente.
-Es más –añade una tercer voz, el subalterno que atiende al público al lado de la mujer madura, el clásico gracioso incapaz de desayunar a gusto si antes no ha dicho una de sus frases célebres; dirigiendo su boca de guasón, en esta ocasión, al propietario del buró-, le prometo hablar hoy mismo con el director para que enmarquen la fotografía en el archivo. ¡Jajaja!
Sus risotadas sólo encuentran acomodo en el sorbo de café que disimulada mezcla la encargada de atender al par de excéntricos con un guiño de mala gana, como diciéndole al gracioso "por favor, no empieces tan temprano…".
El hombre de la gabardina toma del codo izquierdo al contrariado aspirante, susurrándole al oído:
-En verdad es usted original. No sólo creo que sea de su autoría la oración; demuestra además valor al venir hasta aquí con este cuadroide de madera… "El sentido del humor –vuelve a leer, más fluido, sobre el buró- es más imp-portante q-que tener… amigos, mujeres o dinero… … …". Amigo mío –extendiéndole su mano, de espaldas a la fila-, le ofrezco mi amistad. Ellos –alzando la voz, refiriéndose a los formados detrás- sólo vociferan frustraciones, escuche sus protestas huecas exigiendo ser atendidos de ipso facto; clásico de quienes con la mofa injustificada logran desahogar su soledad. Su osadía –sigue el entrometido de la gabardina; sin percatarse de que las largas uñas color rojo caramelo de la burócrata simulan la cabalgata de un caballo desbocado- me recuerda a otro viejo amigo, el cual leyó únicamente un libro en su vida, pero le bastó para escribir sus memorias. En cambio su frase denota un ingenio y agudeza genuinos.
-¡Ya! ¡Me tienen harta! –explota la burócrata, apoyada por el resto de desesperados en la fila- ¡Usted se va con su mueble a otro lado y usted ya deje de abrazar sus empastados y pásemelos para darles trámite!
Ante semejante orden, el hombre se arremanga la chamarra de mezclilla mostrando la desnudez de sus frágiles, blancuzcos brazos, cargando con su buró y una profunda resignación; imaginando sus sueños futuros impregnados de una sintaxis militar.
-Sólo dígame una última cosa –añade la vieja empleada, provocando que el pobre tipo voltee, buró en manos, antes de marcharse-, ¿por qué? ¿por qué no en papel? ¿por qué no con un bolígrafo al menos? –con cierto tono piadoso en su voz.
-Porque yo nunca escribo –responde rápido, sincero-. No tengo necesidad de esas cosas –sintiéndose un desgraciado al que el mundo le niega todo de tajo; levantando su mirada cohibida hasta encontrar la de la señora; provoca que el chistoso de al lado dibuje esos patéticos hoyuelos a cada extremo de su boca de bufón al preguntarle:
-Pero ¿por qué la miras así? ¿Acaso mi jefa te provoca miedo?
-Eh… bueno, el que no se ponga nervioso al estar al lado de ella, no debe ser un hombre –responde de nuevo, viendo tímido a los ojos de la mujer, los cuales se abren sorprendidos, halagados:
-¡Por el alma de mi difunto esposo! –chilla su voz rasposa con toda la coquetería de sus arrugas maquilladas- ¡Después de semejante cumplido, si tuviera veinte años menos no dudaría en irme contigo! –a punto de verter su café sobre los anteojos que se retira de nuevo, ruborizándose ligeramente- ¡Un hombre con sentido del humor! ¡qué maravilla! –grita la mujer sin importarle nada.
En verdad conmovido, con sonrisa paternalista, interviene el poeta frustrado, que coloca al fin sus tres empastados a disposición de la dama encantada, misma que lo ignora:
-Caballero, usted es como las hormigas, capaz de cargar con el prójimo, pero se empantana en una gota de agua. Entró aquí con un buró vacío y se lo lleva con un amigo y el recuerdo de una mujer. Le faltó un paso para convertirse en profeta…
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Hace frío en la calle. El solitario empastado con el sello de propiedad intelectual es atesorado fuertemente en el pecho por su dueño, satisfecho de poseer una obra inútil más en su colección.
Camina pavoneándose entre la gente hasta llegar a una esquina donde un triste payaso, no sólo por su maquillaje lloroso y lamentable, además esa postura de derrota irremediable, parece descansar su fatiga en un poste.
No cesa el tintineo de monedas cayendo dentro de su sombrerucho de tela que sostiene con su mano sucia, enguantada; contrastando esos holanes multicolores hasta forrarlo de tobillos a muñecas y zapatos enlodados. Pero sobre todo con ese par de cartelones colgando de pecho y espalda, unidos en la parte superior por un frágil bastidor a manera de chaleco, atado en los costados. Cada uno de los cartelones tiene inscrito con letra impresa: "No se culpe a nadie de mi muerte".
El payaso, flaco, larguirucho, hace un descanso, cambiando de pie de apoyo y de mano para aguantar el peso de las monedas que siguen cayendo en el sombrero de tela a punto de romperse.
Antonio Viscaya Durán
México
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