El prisionero
by
Adolfo Valiente
©
Hay una manera inconfundible de reconocer a un burócrata empedernido: caminando parsimonioso por esos pasillos sombríos con varias hojas sujetas en una de sus suaves manos de uñas recortadas, dirigiéndose sin la menor prisa al departamento de archivo en busca del sello oficial que le otorgue a dichos papeles inmaculados la importancia necesaria a las firmas que los avalan, para luego seguir arrastrando los zapatos bien boleados hasta la fotocopiadora que reproducirá los documentos tantas veces como el cerebro de mi jefe se haya bloqueado en la última semana.
Este no es mi lugar.La luz tenue de lámparas y el ambiente fúnebre de todos estos seres grises, meditabundos, acostumbrados; volteando disimulados de vez en cuando hacia la pequeña televisión que transmite entre cajas de cartón, la cafetera y pilas de expedientes, el partido de fútbol al mínimo volumen permitido por el jefe –los narradores son tan malos que más bien parecen un par de contadores leyendo en voz alta algún balance general o un estado financiero de poca monta-; retornando luego la vista a los escritorios opacos repletos de más y más "documentos oficiales", todos ellos facultados por esas rúbricas horizontales o proyectadas hacia abajo: simples conservadores o declarados pesimistas. -¡Mi hijo firmará hacia arriba, como yo! ¡Lo juro!
Cuando cualquiera de estos coágulos humanos se atreve a levantar la mirada, ya sea por el vuelo de una mosca o para estirar su cuerpo cansado de sellar hojas llenas de números que otros coágulos se encargarán de teclear frenéticos en sus sumadoras, me da por imaginar a Charles Dickens describiendo con lujo de detalle los rostros asustados de los condenados al momento de aproximarse a la guillotina.
¡¡¡Cataplum!!! -¿Cuántas cabezas habrán rodado? ¡Hay que llegar temprano a casa para ver las noticias!
No, definitivamente este no es mi lugar; pero a pesar de ello permanezco sentado, escuchando ese sutil y molesto eco que provoca el rechinido de mi silla mientras el resto se ha largado.8:17 p.m. Debo tener paciencia. Es verdad que el jefe es un prepotente de mierda… Por su parte, Miguel no logrará sacarme de mis casillas… ¿Rosa?, bueno, si no fuera tan tonta me gustaría llevármela a la cama; total, Laura no tendría porqué enterarse… ¡Ah! ¡los chismes de Rebeca!Quizás debería bolear a diario mis zapatos y limarme las uñas… En fin, ya me iré acostumbrando a este horario y a la maldita ampolla de mi mano.
-… su falta de liquidez fue la causante del declive en el eje del ataque –afirma con voz apagada el comentarista en la televisión, al medio tiempo del juego.-Además, no se puede fallar tanto frente al marco sin contar con un sólido plan de financiamiento –añade uno de los narradores; mientras yo me pregunto si están hablando de la falta de tino de los jugadores para meter gol o de los jugosos dividendos por publicidad en sus ridículas camisetas de payaso; entretanto van retornando uno a uno mis compañeros de trabajo a sus lugares para seguir sellando y sumando; decepcionados en verdad, pues ninguna cabeza rodó allá abajo: tres heridos leves y un simple descalabrado fue el resultado del accidente de tránsito.
Paciencia. Faltan cinco minutos para mi libertad.
Antonio Viscaya Durán.
México
http://www.loscuentos.net/cuentos/local/alipuso/
http://lautopicarealidad.blogspot.com/
DERECHOS RESERVADOS, tanto en texto como en imagen.
1 comentario:
Antonio, agradezco tu activa participación en el blog, una vez más, a través de este cuento, demuestra tu talento narrativo y tu certera agudeza observadora.
Nat
Publicar un comentario