Por el blog o por correo personal habéis deseado que me cambien de habitación y que pueda tener unas vistas mejores que las de mis dos ventanales. He invitado a Eric Grohe, el gran transformador de muros pelados en paisajes profundos y bellos. Y ha abierto ante mí unos horizontes maravillosos.
Hoy me asomo y mi pared blanca se ha llenado de colores en tres dimensiones. A dos metros de mis ojos y hacia mi derecha, se abre una amplia avenida donde hay coches que no contaminan, rascacielos donde los vecinos se saludan, parterres de flores variopintas, y rostros humanos conocidos: poetas que dibujan en palabras sus encajes de bolillos y vuelcan sus vivencias inmateriales. Mujeres y hombres, jóvenes y mayores, que van o vienen sin prisas, como regodeados en su pacífico deambular. Mil detalles de buen gusto en escaparates, conversaciones, librerías y comercios de souvenir.Ahí, al frente, una fuente que mana justicia, unos hilos cristalinos, sencillos, como de amantes que confluyen limpios en un solo punto, y un chorro alto que trata de enfocar el Cielo como un dedo que señala hacia la altura.
Un poco perdiéndose ya por la izquierda, una castiza calleja llena de macetas y flores de mil colores... Las hay rosas reventonas de amor, sencillas violetas de bondad, pensamientos que evocan que lo humano es más que instinto; geranios cruzados con predominio rosado, donde se advierte el encuentro de dos que se han hecho una sola vida y así permanecen siempre felices. Brotando del revoco de una pared o asomándose por un tejado, florecillas silvestres que hablan de la fuerza de la vida, de una naturaleza que rompe los esquemas racionales y gritan en verde y amarillo la fuerza de una creación que no ha salido de la nada.
Me emborracho de sonidos, colores, filigranas estéticas de mil sabores en los que gozan mis sentidos. Un pájaro cruza el horizonte con su trino armonioso, al que le hace coro la algarabía de la bandada. Sí: ahí en lo alto de mi muro colorista, casi saliéndose ya hacia las alturas.Y podría seguir narrando y perdería el sentido del espacio y del tiempo, absorto en esta sinfonía que percibo: mis ventanales se han abierto y dentro de mi sueño hay una luz que desborda, unas profundidades que aturden... Ya no necesito la bombilla encendida. Me asomo a esa visión y cierro los ojos para observar cumbres mayores que el Himalaya, nevadas de blanco perenne y chorreando cascadas de agua limpia que bulle y alimenta. A distancia, mares extensos que no tienen línea de horizonte porque siempre cabe otro más allá.
Veo..., siento..., vivo... ¿qué podría deciros? Estáis vosotros: Chile, Argentina, Nicaragua, España con sus regiones variadas, diversas en sentimientos y geografía.
Veo nubes y cielos despejados. Y hasta en los días de tormenta y por encima de los nubarrones, el cielo sigue siempre azul.
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