viernes, septiembre 07, 2007

SENTIDOS Y NOSTALGIAS por Moscugat (Taller)


Cuando vine a vivir al centro de la capital nunca imaginé que podía llegar a disfrutar de una paz y una quietud dignos del más íntegro de los silencios. Con anterioridad viví durante largos meses en casa de mi padre, en plena ebullición de un pueblo costero universalmente conocido. Allí, dormía en una habitación cuya ventana venía a dar al aledaño de una carretera principal, nervio éste que sopesaba el devenir de cientos de miles de vehículos al cabo de un día. Al alcance de la vista tenía otras ventanas similares a la mía que pertenecían a un edificio de apartamentos y estudios, por lo que me veía obligado a tener la persiana casi en su totalidad echada, ya fuese verano o invierno, para mantener una privacidad similar a la que se sometían mis congéneres.


Con el paso de los días creí habitar en el cuenco de un ojo perezoso o incluso ciego, es decir, que mis sentidos se centraban en imaginar lo que oía llegar desde la rúa, el olor a gasolina quemada, cada grito, cada rugido de motor, el silbido del viento que acostumbra a soplar por Torremolinos… todo ello era imaginado y mezclado en tinturas de memoria donde se recreaban en mi imaginación los recovecos de insignes aventuras. Tenía por costumbre, y la sigo teniendo, dormir bien entrada la madrugada, cosa que no me ha abandonado aún desde allende los tiempos en que me inicié en este tortuoso camino de la escritura y que ya me acompaña sin la ambición de un principio de llegar al punto de lectura de otros lectores como yo. Durante las madrugadas acompañaba mis nuevos versos el maullido de los gatos que de seguro pateaban las calles con dignidad principesca en busca de los manjares que los vecinos de la zona le dispensaban en un callejón cercano.


Las noches me provocaban efluvios imaginarios que la ceguera me privaba degustar para que los sentidos se sintieran completos. Y la imaginación desbordaba en un sinfín de alboronías abigarradas. Cuando ya todos dormían, cuando yo decidía entonces descansar al amparo de Morfeo, subía la persiana y el aire, que ya no llevaba en sus lomos los regustos de la gasolina quemada, incrustaba en mis fosas nasales los efluvios del salitre del mar y así ensoñaba con el paraíso que permitiera mi descanso y mi sueño, hasta que lograba dormir.


Ahora vivo, como dije, en pleno casco urbano y, a pesar de lo contradictorio que pudiera parecer, el sórdido silencio opaca el contraste de la libertad de tener el párpado de la persiana permanentemente abierto, desde donde se divisa el cenit de una vieja capilla bicentenaria, el repiqueteo de las campanadas cuando doblan puntuales y en sus cuartos; un cielo límpido unas veces y otras anaranjado cuando hay calima, así como amoratado de noche cuando la pólvora que lleva las nubes en sus lomos va con pretensiones de deflagrar, dejándose morir desangradas sobre todo mortal; y un edificio viejo, deshabitado y abandonado donde habita el silencio unas veces, otras unos felinos que me brindan los efluvios de tiempos pasados, a los que de cuando en cuando observo y me permiten rememorar versos de antaño y hogaño que, aun teniendo relativamente lejos el mar, me permiten oler a salitre cada vez que les oigo maullar, como si el rubor de las olas al quebrarse sobre la orilla escapasen de sus gargantas para ir a parar a la memoria de mis oídos y, por extensión, de mi olfato.

1 comentario:

Anónimo dijo...

que pena porque torremolinos es precioso.

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CAMINO PARALELO - VICENTE HUIDOBRO

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