martes, mayo 06, 2008

NARRATIVA - EL SEÑOR GARDINER EN PARIS

Jardinero de las nubes, desde Aldea del Rey, nos regala una de sus creaciones,quedan disfrutando de los capítulos que la conforman.



Sinopis realizada por el autor.

FORMA PARTE DE UNO DE LOS LIBROS QUE ESCRIBÍ EN MI JUVENTUD, “PANEGÍRICO DEL SEÑOR GARDINER”. UNO DE MIS LIBROS MÁS CELEBRADOS POR QUIENES LO HAN LEÍDO. NORMAN GARDINER NACIÓ EN OKLAHOMA (USA). TENÍA CUATRO HERMANOS GEMELOS QUE SE FUERON POR LA SENDA DEL CRIMEN, Y LO ARRASTRARON A ÉL INVOLUNTARIAMENTE. UNA VEZ EN DENVER, VIO A UNA JOVEN EN UNA VENTANA, POR ENTRE LAS COPAS DE UN GRUPO DE SÓFORAS DE JAPÓN. TRABÓ AMISTAD CON ELLA. SE LLAMABA CAROL. CONCERTARON UNA CITA, Y UNO DE SUS HERMANOS GEMELOS LE SUPLANTÓ. FUE UN DURO GOLPE PARA NORMAN. ENSEGUIDA TUVIERON QUE HUIR DE DENVER, PERSEGUIDOS POR LA JUSTICIA. NORMAN NUNCA OLVIDÓ A CAROL. EN SALT LAKE CITY LO CAPTURARON, POR UN ROBO DE JOYAS COMETIDO POR OTRO DE SUS HERMANOS, Y LO APRESARON A ÉL EN SU LUGAR. FUE UN PRESO PACÍFICAMENTE REBELDE, Y PASÓ GRAN PARTE DE SU CONDENA METIDO EN CELDAS DE CASTIGO. ALLÍ APRENDIÓ A TOCAR LA ARMÓNICA Y A VIVIR EN SOLEDAD Y A ENCONTRAR A DIOS. ENTRETANTO, SUS HERMANOS SE FUERON A HAWAI. CON EL DINERO ACOPIADO EN SUS INNUMERABLES PILLAJES, COMPRARON UN TERRENO DONDE CASUALMENTE HABÍA UN YACIMIENTO DE DIAMANTES. QUISIERON REPARAR EL DAÑO QUE LE HABÍAN CAUSADO A NORMAN. CUANDO ÉSTE SALIÓ DE LA CÁRCEL, LE AGUARDABA UN ABOGADO QUE LE HIZO ENTREGA DE UNA FORTUNA FABULOSA EN NOMBRE DE SUS HERMANOS. PERO ÉL HABÍA PERDIDO TODA ILUSIÓN Y ESPERANZA DE VIVIR, Y SE FUE A PARÍS COMO SE PODRÍA HABER IDO A CUALQUIER OTRO SITIO. AQUÍ LO ENCONTRAMOS…


El señor Gardiner en París (I)

Otra noche de insomnio. Desde algún lugar lejano, confundida con la voz del viento, suena la dulce melodía de tu armónica. Me asomo a la ventana, y contemplo un soberbio cielo de luna y estrellas. Y los recuerdos de lo que una vez me contaste se reavivan en mi mente... Allá voy...

Los acordeones de los cafetines de París poco tenían que hacer al lado de los aires de tu armónica. Al ver lo bien que tocabas tu instrumento, llegaron a ofrecerte trabajo en el restaurante de la calle de Rívoli donde acostumbrabas a comer, al objeto de entretener a la clientela fija y de atraer nuevos clientes al establecimiento. Tú rechazaste tal oferta de un modo cortés, alegando el hecho de no necesitar trabajo para poder subsistir. Eras un bohemio en toda la extensión de la palabra, un millonario ansioso de vivir. Y por eso estabas en París..., para encontrarle significado a la vida.

Todavía en América, habías oído referir que si un hombre no ha pisado París al menos una vez en su vida no puede decir que ha vivido. París es el ombligo del mundo, la Ciudad de las Luces, la capital de los bulevares floridos...

Entonces decidiste cruzar el charco, como se suele decir habitualmente, y aterrizaste en la más bella ciudad de Francia, y, tal vez, del mundo entero.

Al principio no sabías ni jota de francés; eras muy negado para aprenderlo. Con todo y con eso, el inglés no resultaba desconocido por aquellas latitudes, y no te costó defenderte a efectos de comunicación. Tus ojos comenzaron a admirar todo lo que veían. Aprendiste a apreciar los tesoros que albergaban las dos orillas del Sena. En la de la izquierda (La Rive Gauche): la imponente Torre Eiffel, el Campo de Marte, la cúpula de los Inválidos, los jardines del Luxemburgo, el Instituto de Francia, La Sorbona, el Museo de Historia Natural... Mientras que en la orilla derecha (La Rive Droite) tus ojos también tuvieron abundantes motivos para sentirse cautivados: el bosque y el castillo de Vincennes, la antigua prisión de La Bastilla, el Museo del Louvre, la Biblioteca Nacional, el Palacio de la Ópera, el Arco del Triunfo, los Campos Elíseos, Las Tullerías, y, sobre todo, la Plaza de la Concordia, decorada con el impresionante obelisco de Luxor. Allí tus pies se detuvieron como hechizados, sin haber ido todavía a visitar la Catedral de Notre-Dame en la isla de la Cité.

Nunca me explicaste el motivo que te indujo a permanecer cinco días, con sus respectivas noches, sin moverte prácticamente de ese hermoso rincón de París. Mirabas mucho el obelisco, pero no con ciega devoción. ¿Era la embriagadora luz de aquellos días de primavera, o el cercano murmullo del Sena, o las palomas y golondrinas que anidaban en los tejados de los edificios circundantes? Yo no lo sé, y probablemente tú no lo supieras entonces. Pero, sin embargo, algún motivo debía de existir... Permitiste que la lluvia y el polvo parisinos te cayeran encima. Las hojas de los árboles cubiertos de brotes susurraban por encima de tu cabeza. Sentías hambre, y, a cambio de una sustanciosa propina, enviabas a algún mozalbete al restaurante de la calle de Rívoli a que te trajera alimentos sencillos, sin muchas pretensiones. No querías comida de otro establecimiento, un tópico que había que añadir a tus ya múltiples excentricidades. Pero, señor Gardiner, cinco días sin moverte de la Plaza de la Concordia se me antojan demasiados. Cinco días sin tocar tu sempiterna armónica una sola vez. La gente que frecuentaba el lugar comenzó a mirarte con el rabillo del ojo, tal como si fueras un simio evadido de las jaulas del zoológico del bosque de Vincennes. Las palomas y los gorriones acudían en apretadas bandadas a tu vera, para engullir las migajas de tus frugales refrigerios. Si en Oklahoma hubiera llovido una cuarta parte de lo que llovía en París, la de tu familia hubiera sido una granja próspera, de tierras fértiles y adecuadamente humedecidas... Tanta abundancia en algunos sitios, y tanta escasez en otros.

---

El señor Gardiner en París (II)

Y los cinco días pasaron como un suspiro. Te fuiste a una fonda del Barrio Latino, en una de cuyas habitaciones estuviste nada menos que treinta y seis horas seguidas roncando a pierna suelta. Después te despertaste con el estómago enrarecido. Encargaste al dueño de la fonda que te trajera un almuerzo del restaurante de la calle de Rívoli. Como pagabas religiosamente, aquél no tuvo nada que objetarte, pese a disponer la fonda de servicio de restauración. Luego, ya con el estómago lleno, saliste a ejercer un poco más tu único oficio: el de paseante desocupado.

Oíste que daban las cuatro la tarde en el campanario de Saint-Etienne-du-Mont. Jamás escuchaste campanas de más dulce resonancia que las de las iglesias de París.

Tus pies te condujeron al distante barrio de Chapelle. Gentes de manos encallecidas por el trabajo, asomándose a las ventanas de sus humildes casas. Niños alborotadores jugando a la pelota, corriendo de acá para allá, bebiendo agua en las fuentes públicas, acompañando a sus madres a los mercados. Venerada humildad de los años de infancia. El ambiente de este barrio de gente obrera te trajo a la memoria las ya casi olvidadas imágenes de tu vida cuando niño. Sentías náuseas; el principio no podía ser un buen final.

Deseoso de regresar al glamour de los barrios céntricos de la capital, bajaste al metro para escapar de donde estabas, para huir del recuerdo de tus comienzos en una granja humilde del Estado de Oklahoma.

Te apeaste en la Plaza Saint-Michel, y te pusiste a caminar al acaso por el bulevar del mismo nombre. La noche amenazaba con caer sobre París. Callejeando, te presentaste en los jardines del Luxemburgo. Al alcanzar la colina del Observatorio, decidiste conceder un merecido descanso a tus doloridos pies. Te sentaste en un banco, bajo una acacia de ramas ebrias por la efusión de la primavera. El perfume de las flores recién regadas por aspersión acariciaba tu olfato como nube de incienso. El cansancio te impelía a cerrar los ojos..., y el sueño acabó venciéndote.

Recuerdas que soñaste con un bosque de sóforas del Japón, en medio del cual había un alto torreón medieval. Por uno de sus tragaluces se asomó un rostro que hizo estremecer todo tu aletargado subconsciente. La impresión de una luminosa mirada de jovencita causó un agradable hormiguillo en tu corazón. Esa mirada tenía una propietaria, y su nombre era, ¡agonía de tu corazón!, Carol..., tu inolvidable admirada de Denver. Y ese rostro angelical tenía la sonrisa más bonita de cuantas había a tu entender sobre la faz del orbe. Besos de unos labios que debían de saber como la miel de las praderas alpinas. Buscaste en el interior de la ropilla, con que aparecías vestido en el sueño, tu inseparable armónica, para exteriorizar con música lo que tu boca no acertaba a expresar con palabras. Y he aquí que Carol te envió un beso a través de los aires oníricos, y ese beso creó dulcísima impresión sobre tus labios. Embrujo de unos ojos azules como el cielo del mar. La puerta del torreón comenzaba a abrirse, rechinando sobre sus goznes. Por fin ibas a establecer con Carol un contacto más estrecho. Pero sobrevino súbitamente una riada, y vigorosos brazos de agua te alejaban del lugar de todos tus deseos... Gritaste al colmo de tu desesperación...

Sólo era la inoportuna lluvia de París. Te había sorprendido dormido en el banco. El agua caía a cántaros. Agua fría, despiadada; pero era peor la amarga sensación de un sueño perdido. Te llegaste a la cafetería que había en una isla rodeada por un hermoso estanque, en los mismos jardines del Luxemburgo. Allí pagaste una suma asombrosa de dinero para que te trajeran del restaurante de la calle de Rívoli una cena a base de pollo frito y frutas confitadas. El color del dinero era todopoderoso, y dejaba pasar por alto la desfavorable impresión que debía de causar tu escandaloso aspecto de vagabundo. En tanto que comías, no hacías más que acordarte de tu sueño en la colina del Observatorio. ¡Carol otra vez! Después de una eternidad de años sin pensar en ella. Si el dinero pudiera traértela junto a ti... Pero no; ella, con su integridad de mujer, estaba lejos del dominio del vil metal. Hubiera sido tan hermoso pasear con ella por los bonitos bulevares de París, invitarla a navegar por el Sena en un crucero romántico. ¿Era por ello por lo que parecía que no estabas en este mundo; por lo que aspirabas a sacar algo grande y sublime de tu alma? ¿O acaso sería por causa de Dios, tú mentor de las horas de aislamiento en la ya olvidada Penitenciaría Estatal de Utah?...



continuará...

Búsqueda en ANTARIA

WWW http://antaria.blogspot.com

CAMINO PARALELO - VICENTE HUIDOBRO

CAMINO PARALELO - VICENTE HUIDOBRO
BACKGROUND BITACORA