viernes, mayo 30, 2008

TRILOGIA - GIRA POEMA

DON QUIJOTE

Miguel de Cervantes escribió
Tal vez el último libro de Caballería
Dicen que el ilustre escritor de esa obra
Lo hizo para mofarse de lo que ya existía
Debido a la demencia del Quijote
Todo lo contrario, enaltece lo hermoso e ideal
Tan fuerte como olas en el mar
La complicidad de Sancho Panza
El Amor por Dulcinea rebasa
Todos los sucesos antes aislados
Cervantes merece el más grande elogio
Muestra una locura más sublime que ridícula
La hidalguía transcurre con aplomo
Sin dejar motivo para nuevas aventuras
Aun quedan cenizas de ese héroe
Luchamos contra molinos tecnológicos
Las personas se conforman con un lenguaje soez
Se apartan de la divinidad de las letras
Conformándose con canales nada especiales
Que publican lo que creen grandes titulares
Don Quijote de la Mancha
El caballero de triste figura
Expresa lealtad y busca libertad
Suelta así los yugos de la realidad
Sin dejar de propagar la honestidad.

Wilmer Velásquez – Venezuela

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CUANDO UN POETA MUERE
(A Augusto Zorreguieta)

Cuando un poeta muere,
se desatan las tormentas adentro de las copas de cristal
y de nieve que beben sus amigos.
Celebran en estrofas, sus versos taciturnos,
con sus pechos inflamados bordeando terraplenes.
Los barcos desflecan las aguas del Leteo...

Cuando un poeta muere, se doblega la espiga... se serenan los vientos,
la campana se calla, el agua de las fuentes se guarda los deseos.
Silban ritmos los pájaros del último Nocturno
y luego parecieran, de frío, enmudecidos.
Surca Hércules la tierra con sus brazos de héroe
y en la gramilla húmeda le cobran desatino.

Cuando un poeta muere, resucita el poema, se recibe de adulto,
adopta putativo el oído del viento.
Se rompe una burbuja, deja escapar los sueños del “Pensamiento Hereje”
que leudan en silencio.
Se encuentran dos palabras antípodas que nunca se encontraron.

Cuando un poeta muere, se mueren las espinas, se desnudan los lirios.
La luciérnaga apaga su candil melancólico...

Cuando un poeta muere...


Eva Isabel Ruiz Barrios - Argentina

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ROSTRO


El hombre se mira en los hijos de la mujer
sus ojos.
Acaricia su casa, cruza por todos sus pasillos, se refleja en sus pisos, y se acuesta en su cama.
El hombre se tropieza con sus recuerdos, donde respira (se despierta, alborota) toda su vida.
Se sumerge dentro de sus orificios, la conoce, la habita, recorre sus días y sus noches, sus calles.
Es inevitable, decide quedarse allí.
Se borran sus huellas en el tiempo.

Adriana Prieto - Venezuela

ARTE EN LAS CALLES - GRAFFITI


Graffiti Weichan - Weichan
por
Aner
Villarrica - Araucanía
Chile
Weichan es una palabra mapuche, es un verbo el cual se refiere al entrenamiento, o a las practicas de combate de los weichafe, los guerreros mapuches.
Weichan en su traducción literal significa "que disfruta y vibra de emoción cada vez que participa de una buen combate".

miércoles, mayo 28, 2008

NARRATIVA - CELESTE ALTO


Hoy existe un extraño silencio en la red, en la calle el cielo es pesado y gris, no parece que llueva, pero agobia la opresión que se siente en ese oscuro tono que tiñe la mañana.


Salgo y respiro un aire que se carga de lluvias contenidas largo tiempo. Pese a que humedece la calle cada día de la primavera, se empieza a respirar una muy grande tormenta. Nunca sabremos los motivos de la naturaleza, pero selecciona a sus criaturas de forma sospechosa.


En mi buzón reina una inquietante calma también... extraña y misteriosa, hoy ha desaparecido todo el mundo.


Estoy por ver el correo cada dos días, porque me llena también de ansiedad pensar que ha ocurrido algo malo... y no sé muy bien qué es...


La gente está ocupada, dispersa, perdida.


Todos ellos son reflejos de mí.


Y yo, sin más ganas ya de hacerme querer, callo, con el mismo silencio que me devuelven los espejos que son los otros.


A veces se averigua un tono celeste alto, luminoso y tímido. El día se abre y mis inquietudes permanecen inalterada.


Hoy tomaré con rabia los pinceles. Devolveré al lienzo el diálogo interrumpido de mi alma. Vibrará la tela con cada golpe de mi mano. Y se teñirá también de indecisión y silencios lo que antes era blanco, en un diálogo de color y gestos.


Colgaré en casa mi obra.


Será mi particular pinacoteca. Devolveré el aspecto de estudio a mi hogar. Cada rincón será una pieza de un inmenso estudio. Allá donde necesite volcar mi inquietud, me recibirá un pedazo de papel, un lienzo, una tiza, un poco de carboncillo o una mesa preparada con acrílicos. Todo dispuesto para la inmediatez.


Pese a que la cocina sigue inhabitable... mi casa ya no la habita una persona. Pareciera que un alma en pena recorre los lienzos por donde quiere escapar de la cárcel del mundo.


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Una colaboración de Miguel Ángel, infinitas gracias amigo.
Fotografía by Gaete.

lunes, mayo 26, 2008

POESIA VISUAL - AIRE




Aire
Florencia Loreta Paolino
Argentina

NARRATIVA - EL SEÑOR GARDINER EN PARIS



Continuamos con los capítulos V y VI de esta bella novela de Jardinero de las nubes








El señor Gardiner en París (V): la epopeya de Emaús.


El sueño de esa noche te hizo ver a Carol despechada por la traición amorosa. Tú te habías ido con una ramera, y Carol sufría por eso. Te rechazaba, te insultaba, te tiraba por cara tus bajos instintos... “¿Acaso me amaste alguna vez?”, le reprochaste a la imagen de tus sueños. Pero no hubo respuesta. Otra mujer desapareciendo de tu vida tras una cortina de niebla, si no de humo de polución... Te despertaste en medio de un maloliente mar de sudor.

Era doloroso sentir los reproches de tu conciencia por una amada que nunca te correspondió. Debías enterrar su recuerdo..., y no en tu corazón, sino en un auténtico cementerio... Esa mañana fuiste al Père Lachaise, el París de los difuntos. Allí había tumbas ostentosas, soberbios panteones y huesas sin lápida funeraria, mansiones eternas donde tu doloroso recuerdo reposaría muy apropiadamente. Junto a una de éstas te detuviste. Tierra arcillosa de una fantasmal tonalidad sanguínea.

–Desaparece de mi vida en el fondo de este sepulcro, Carol –pronunciaste con una voz que no escapó de tus labios.

Luego te volviste de espaldas, y viste junto a ti a un anciano sacerdote. Barba blanca y boina deshilachada. Un hombre que figuraba en los periódicos como la persona más querida de Francia: el abate Pierre, fundador de las “Comunidades de Emaús”, donde los sin techo recuperaban su dignidad como seres humanos. Un hombre que, a cuenta de su caritativa labor, tenía garantizada la eternidad de todas veras... Empezasteis a dialogar. Y ante la franqueza de su mirada, tu corazón se desbordó en palabras. Le hiciste un rápido esbozo de tu vida, con tu francés rudimentario, y le contaste el motivo de que te sintieras tan consternado: la rosa marchita de un amor que pudo ser en Norteamérica. El abate Pierre se compadeció de ti; así de tiernos tenía los sentimientos ese santo varón. Te condujo junto a un humilde nicho, y te dijo que allí reposaba un hombre que en un tiempo estuvo desesperado, hasta el extremo de querer quitarse la vida. Te explicó que aquel hombre había estado veinte años en presidio por haber asesinado a su padre. Al salir de la cárcel no vio horizontes a su vida, y quiso quitarse de en medio arrojándose a la vía del metro. Falló en su tentativa de suicidio. Y él, el abate Pierre, fue a visitarlo, cuando todavía permanecía en cama. No le vino con inútiles consuelos y demás palabrería vana; le dijo simplemente: «No puedo darte absolutamente nada. Trabajo durante las noches a favor de las madres abandonadas, de la gente sin hogar, de los niños enfermos. Yo también estoy enfermo y no puedo más. ¿Me quieres ayudar? Antes de matarte, ¿prefieres echar una mano a toda esa gente que espera?». Y ese hombre encontró una razón para vivir. Se fue con el abate Pierre a Emaús, y allí alcanzó la felicidad entregándose a los demás, hasta que Dios lo llamó a su lado. Sus últimas palabras fueron: «Decid al abate Pierre que es preciso que la obra de Emaús continúe. Cuando yo llegué era ateo y rebelde y estaba desesperado. Y aquí he encontrado todo». El abate Pierre puso corolario a estas palabras derramando una lágrima peregrina. La lluvia comenzaba a chispear.

–¿Por qué puso a aquel lugar el nombre de Emaús? –indagaste.

–Emaús era el pueblo donde dos caminantes fugitivos se encontraron con Jesús después de resucitado...

Y el abate Pierre recordó cierta madrugada de invierno de hacía muchísimos años. Sobre la acera del paseo Sebastopol apareció, a eso de las tres, el cuerpo de una mujer muerta por el frío; entre sus dedos tenía apretado el papel con el que hacía dos días la habían expulsado de su casa... El abate Pierre no pudo permanecer impotente ante el espectáculo de tanta miseria: ese mismo día lanzó una audaz campaña para proteger a los sin techo, que en las noches de invierno habían de hacer auténticas virguerías para sobrevivir. En un descampado de los arrabales de París organizó unos barracones para poder acoger a toda esa mesnada de indigentes. Y aquel lugar se llamó Emaús. El abate Pierre luchaba porque sus protegidos recobraran su dignidad como personas; les animaba a ejercer de traperos, a buscar entre los desperdicios lo aprovechable, a efectos de ser vendido con posterioridad. Muchos que no conocían ni por asomo los infortunios de los marginados, se pusieron a criticar los laudables esfuerzos del abate Pierre; argumentaban que esos mendigos no eran más que un hatajo de vagos y borrachos. El abate Pierre salió en defensa de sus protegidos: «No son ni mejores ni peores que los demás... Cuando me dicen que son gente tarada, respondo que sí, que entre ellos los hay, pero no hay más que entre la gente de salón; la única diferencia es que ellos se emborrachan con vino tinto, en vez de emborracharse con un cocktail...» Al final, señor Gardiner, tenías la sensación de encontrarte frente a uno de los hombres más buenos del mundo.


El señor Gardiner en París (VI)

–¿Es usted feliz? –le preguntaste al término de su larga explicación.

El alma gigantesca de ese sacerdote se transparentaba a través de su anciana mirada. Seguía lloviendo con moderación. Él te respondió:

–Naturalmente que soy feliz. Mi felicidad está en Emaús, al lado de mis pobres. Esa felicidad no se puede explicar con palabras; hay que vivirla día a día... ¿Quieres venir conmigo a Emaús?

–Me da miedo no sentirme solo.

–Vente conmigo, y verás que tu miedo es absurdo.

–He estado demasiados años solo. Me habría gustado compartir mi soledad con aquella mujer que ahora quiero olvidar... Pero no se apure, padre: le daré dinero para contribuir a la noble causa de Emaús.

–Tu presencia allí sería la contribución más valiosa.

La lluvia dejó de caer. Sopló un viento vigoroso que dispersó las nubes. Sacaste de los bolsillos de tu raído abrigo un talonario de cheques, en uno de los cuales estampaste una cifra fabulosa; acto seguido lo arrancaste y se lo tendiste al abate Pierre, diciéndole:

–Esto es todo lo que puedo hacer por ahora.

El sacerdote leyó la cifra con ojos desencajados. Su voz traicionaba la emoción que experimentaba.

–Esto es sencillamente... ¡espléndido!... ¡Cuántas mantas para el invierno, cuánta comida nutritiva, cuántas cosas nuevas y necesarias!... ¿Cómo tienes tanto dinero, hijo mío? ¿Acaso has atracado un banco?... A fe mía que no pareces millonario.

–No he atracado ningún banco... Y aún tengo más dinero del que podré gastar en cien vidas... Y no sé qué empleo darle.

–Ya lo averiguarás con el tiempo. Dios te dará luz. Ya sabes que no se puede servir a Dios y a las riquezas.

–De momento las riquezas me sirven a mí. Le prometo solemnemente, padre, que ningún pobre llorará de hambre y necesidad en mi presencia... Pero también tengo que vivir... Me lo he ganado... Mi vida ha estado llena de sufrimientos.

El abate Pierre lagrimeaba sin rémora alguna. Al cabo te dijo:

–Que Dios te bendiga. Si alguna vez tienes necesidad de acudir a Emaús, serás bien recibido. Allí Jesucristo recibe a todos los que quieren regenerarse.

–De momento tengo que seguir buscando lo que aún no he encontrado. Lo malo es que no sé qué es.

–No te preocupes, hijo mío; tu corazón rebosará de dicha todos los días de tu vida... Siendo bueno, nada te faltará.




CONTINURÁ...

Capítulos I y II
Capítulos III y IV

TRILOGIA - GIRA POEMA

Forjadora de palabras
busco herramientas que las transformen,
que las renueven. Herreros
que traduzcan mis visiones
con sus callosas manos,
que vayan más allá de las formas
conocidas.

Cazadora de ideas
mis venablos no aciertan
en el corazón del blanco.
Los brazos que los lanzan
se muestran débiles.
El cerebro que los guía carece
de elevado talento.

Pero ya es demasiado tarde
para estos oídos seducidos y
sedientos por la música de los versos.

Montserrat Anti Font – España


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TERRIBLEMENTE PRIVADO
Se me escapa,
a las tres de la mañana
bajo el escritorio la fama,
detrás del discurso de aceptación.
Y con una red de mariposas
la cazo.
Pero qué voy a cazar pues,
soy inofensivo
desconocido
terriblemente privado.
Es como un rinoceronte,
cómo podría, aunque sea,
acercármele.
Con las ganas nada más.
Que claro que bastan
lo que me sobran son
los versos esplendidos.

Iván Viñas - México

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TANKAS A FEDERICO
Hasta su pecho
claveles rojos trepan.
Sobre la frente
remolinos de lunas
huyen despavoridas.

Truncos sus versos
y marchitos los nardos.
Poemas rotos esconden las guitarras
desangradas de España.

Que se va al cielo
solito Federico
ángel en vuelo.
Las culpas del silencio
castigan la mañana.


Zulma Rosadilla - Uruguay

miércoles, mayo 14, 2008

ARTES VISUALES - FOTOGRAFIA



Cazador de sueños
by

NARRATIVA - EL SEÑOR GARDINER EN PARIS


Continuamos con la entrega de esta novela que Jardinero de las nubes nos hace llegar desde España.


El señor Gardiner en París (III)

Ahora, desde la profundidad del bosque, tu armónica rescata del olvido una apacible melodía de mucho significado para ti: el Movimiento II Largo de la Sinfonía nº 9 “Del Nuevo Mundo”, cuyo autor es el compositor checo Antonín Dvorák. Música casi inapreciable, como el paso de la vida; música hecha por y para la nostalgia. Pronto me aboco de nuevo en tus propios recuerdos...

Después de unas cuantas semanas de mucho sentir la ausencia de Carol, la herida de tu corazón volvió a cicatrizar. Carol ya no era un mudo sentimiento, insoportable en tu corazón. Seguía lloviendo sobre París, incluso a las mismas puertas del verano. Cierta tarde tibia, te encontrabas paseando sin rumbo fijo por el barrio de Nanterre. Pasaste junto a una tienda de discos, y tus oídos, ya sensibilizados por todo lo bello y melodioso, captaron la serena armonía del Movimiento II Largo de la Sinfonía nº 9 “Del Nuevo Mundo” de Antonín Dvorák. Entraste rápidamente en la tienda, y adquiriste la cassette de la obra. Luego fuiste a una tienda de electrodomésticos, y te compraste un radiocassette a pilas. Desde entonces la Sinfonía nº 9 “Del Nuevo Mundo” te acompañaba a todas partes.

Después de dos meses de regalar tus oídos reiteradamente con la antedicha sinfonía, sentado a la orilla de un hermoso estanque del Parque Monceau, decidiste imitar con tu armónica música tan maravillosa. A pesar de poseer una indiscutible vena musical, el no saber solfeo te trajo no pocas dificultades a la hora de reproducir con tu instrumento los deliciosos aires de la sinfonía. Comenzaste a hacerlo, como acabo de decir, en el Parque Monceau, una fresca y risueña mañana de los últimos días del verano. Y una semana más tarde, con ocasión de hallarte en el bosque de Boulogne, a tiro de piedra de las gradas del hipódromo de Longchamp, diste coronación a tu empresa. Ya no necesitabas el radiocassette, y lo dejaste abandonado en uno de los bancos del bosque. La música alentaba dentro de ti, música que encerraba el recuerdo de una mujer hermosa.

A partir de entonces, muy raramente abandonabas tu puesto en la Plaza de la Concordia. El cielo ya tenía color de otoño, comenzaba a soplar el viento boreal con harta frecuencia y las lluvias caían frías y abundantes, arrastrando a su paso las hojas muertas de los árboles de los bulevares. Cuando la noche se precipitaba sobre la ciudad, el Sena era un lecho de tinieblas del color de la tinta china; ya no había en su superficie reflejo de estrellas estivales que, en tu ciega ilusión, dibujaran las facciones del rostro de Carol. Otoño en París. Las fuentes ya no emitían la risa musical de cuando la primavera. Anochecía pronto, y el día mostrábase cada vez más lento y perezoso para levantarse por encima del horizonte. Los pintores y estudiantes de arquitectura que durante el buen tiempo trabajaban a cielo abierto en las aceras de Montparnasse, huían del aire destemplado de la naciente estación, y en sus luminosos y desamueblados áticos pasaban las nobles calamidades del artista. Las golondrinas, calandrias y jilgueros que durante el verano habitaban en el cerro de Montmartre, habían emprendido su migración anual a los climas meridionales. El esplendor parisino iba declinando conforme caían con perfecta simultaneidad las hojas de los árboles y las del calendario... Y tú, mientras tanto, señor Gardiner, seguías apostado en un banco de fundición de la Plaza de la Concordia. Cada día que pasaba, el otoño te mostraba con más intensidad su corazón gris y su aliento gélido, y tú le respondías a cambio con los melosos arpegios de la sinfonía que tan bien habías aprendido a interpretar durante el pasado verano. Deseaste que Carol pudiera vivir para contemplar la belleza de París en esa época del año.

Tocabas la armónica tan primorosamente y con tanta tristeza en tu mirada, que una simpática ancianita sexagenaria (hermosos cabellos blancos y muy bien vestida), se aproximó a tu vera cierta tarde de principios de octubre. Tú interrumpiste tu ejecución musical, y te quedaste mirando de hito en hito a la buena mujer. Ella te ofreció una hermosa jícara de porcelana de la cercana población de Sèvres, y te dijo:

–Para que puedas depositar ahí las limosnas que te den. Tocas tu instrumento que parece que lo hace la misma mano de Dios.

No supiste explicarle que tú no tenías necesidad de limosnas y otras caridades. Si tus palabras no pudieron hacerlo, al menos con tus ojos le testimoniaste tu gratitud por la bondad que había tenido para contigo.




El señor Gardiner en París (IV)

Después de este episodio, te entró hambre y te encaminaste al restaurante de la calle de Rívoli (donde ya te recibían con todos los honores) a calmar las exigencias de tu estómago. Comiste ensalada de apio y muchas piezas de fruta del tiempo. Luego tocaste para la concurrencia tu armónica, te aplaudieron y te fuiste del restaurante hasta nueva orden de tu estómago. Como estuvieran cercanas Las Tullerías, te dirigiste allá. Gozaste de la deliciosa fragancia a lluvia recién caída que exhalaban los chopos del parque. Y luego, cuando las sombras crepusculares se abatían a traición sobre las calles, te fuiste a pasear por los muelles del Sena, así que cruzaste a la otra orilla por el puente de la Concordia. Las farolas destellaban en medio de inquietos velos de bruma. El aire refrescaba a cada instante una cosa bárbara. Había paseantes que, al final de la jornada, sacaban a sus perros a hacer sus necesidades. Había parejas de novios besándose apasionadamente junto a las aguas murmurantes, adecuadamente equipados con abrigos, gorros y bufandas de lana para arrostrar el fresco de la noche. Había abuelas orgullosas paseando con sus nietecitos bien cogidos de la mano. Sonaban las sirenas de las embarcaciones, cuyo sostenido bramido se te aferraba al oído, perforándote los tímpanos. La niebla que ascendía del río, comenzaba a hacerse más espesa, ocultando en mágica envoltura los contornos de las islas fluviales, difuminando las luces que procedían de las mismas... Te alejaste hasta lugares de la orilla izquierda muy poco frecuentados, lugares tétricos en los que se podía palpar el misterio.

–¿Quieres hacértelo conmigo, mon amour?

Tu corazón dio una súbita encogida. La voz provenía de tu costado izquierdo. Los jirones de niebla te permitieron entrever una figura de mujer. Una prostituta portuaria, con el cuerpo delgado, la cara pintarrajeada y los cabellos teñidos de un chillón color burdeos. Sus ojos eran tristes pese a sus labios sonrientes. Algo palpitó en tu entrepierna... A ti, que eras virgen, si se exceptuaban las maniobras onanistas a que te entregabas de cuando en cuando para procurarte consuelo sensual... Eras virgen, y ahora se te presentaba en bandeja de plata la oportunidad de que tal situación pasara a la historia...

Mi hija bosteza en la habitación de al lado, y acto seguido comienza a hipar de un modo alarmante. Soy madre antes que amiga, apreciado señor Gardiner; he de ir con ella... Tú también tienes derecho a que se respete tu intimidad, y dejaré de referir ciertos detalles que te sonrojarían en caso de que se supieran. Baste decir que fuiste beneficiario de uno de los comercios más antiguos que existen... Mi hija ya está mejor; lo que tenía era una falsa alarma. Regreso a mi puesto junto a la ventana, y miro los bosques que te cobijan...

Como le preguntaras su nombre, una vez le hubiste abonado generosamente sus servicios, la joven meretriz te respondió:

–Yvette... Yvette Hardy.

Una oleada de ternura invadió tu corazón..., allá en aquel rincón neblinoso del Sena.

–No he visto tu rostro, Yvette –dijiste emocionado–. No he pensado que fueras tú... Mi mente estaba a muchas millas de distancia. Le he puesto a otra mujer tus piernas, tu abdomen, tus pechos, tus manos y tus labios... Y ahora siento con más crudeza el cerco de soledad que esclaviza mi corazón.

Yvette encendió un cigarrillo en la profundidad de la noche, y te dijo con indolencia:

–Estoy acostumbrada a ser el cuerpo de otra mujer... ¿Es la primera vez que lo haces?

Tragaste saliva, presa de una enorme confusión, y las lágrimas afluyeron a tus ojos.

–Nunca será la primera vez hasta tanto no lo haga con ella...

–He oído que murmurabas “Carol” a mi oído. ¿Es ése su nombre?

–Es su nombre –asentiste–. De ella sólo conozco su nombre y la parte de arriba de su pecho. ¡Espera! Creo que una vez la vi de cuerpo entero... Sí, aquella vez que paseaba al lado de mi hermano tras habérmela birlado.

–Bueno, mon amour, tengo que marcharme. Si no trabajo, me muero de hambre... Por cierto, ¿cómo te llamas?

–Norman Gardiner, de Norteamérica.

–Adieu, Norman... Para otra vez, ya sabes dónde me puedes encontrar.

–Adiós, Yvette.

Ella se fue perdiendo en la inmensa mariposa de la niebla. Tú te fuiste también. Cruzaste a la orilla derecha por el puente de Austerlitz. Después de largo rato de deambular infatigablemente de aquí para allá, pediste habitación en un lujoso hotel de la calle de Provence, a escasamente dos pasos de la Ópera. Volvía a repetirse la misma tónica de siempre: adusto ceño de recepcionista veinteañera hasta que por fin se hacía visible el color de tus billetes. Y es que no ir vestido en los lugares elegantes de París con un traje de Pierre Cardin, se prestaba a estas situaciones, por cierto no muy agradables...

CONTINUARÁ…

CAPITULOS I Y II

POESIA VISUAL - LILIAN ESCOBAR




Obra de Lilián Escobar, Argentina.

domingo, mayo 11, 2008

Hay una mujer...

que tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor, y mucho de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados.

Una mujer que siendo joven, tiene la reflexión de una anciana y en la vejez trabaja con el vigor de la juventud.

Una mujer, que si es ignorante, descubre con más acierto los secretos de la vida que un sabio, y si es instruída se acomoda a la simplicidad de los niños.



Una mujer, que siendo pobre se satisface con los que ama, y siendo rica, daría con gusto sus tesoros por no sufrir en su corazón la herida de la ingratitud.

Una mujer que siendo vigorosa, se estremece con el llanto de un niño, y siendo débil se reviste a veces con la bravura de un león.

Una mujer que mientras vive no la sabemos estimar, porque a su lado todos los dolores se olvidan, pero después de muerta daríamos todo lo que poseemos por mirarla de nuevo un solo instante, por recibir de ella un solo abrazo, por escuchar un solo acento de sus labios.

De esa mujer no me pidas el nombre, si no quieres que empape en lágrimas el pañuelo... esa mujer yo la vi por el camino. Es mi madre!

De esa mujer no me exijáis el nombre si no queréis que empape con lágrimas vuestro album, porque ya la vi pasar en mi camino. Cuando crezcan vuestros hijos leedles esta página y ellos, cubriendo de besos vuestra frente os dirán que un humilde viajero ha dejado aquí, para ti y para ellos, un boceto del retrato de su madre."


Autor: Ramón Angel Jara, Obispo chileno y canónigo argentino.



Pintura "Madre e hijo"
Carola Guzmán


En el Día de la Madre con el sabor de haber vivido su casi pérdida, dedico este post a Miriam, mi madre.

viernes, mayo 09, 2008

TRILOGIA - GIRA POEMA

A SER VERSO

Como la lluvia cae del cielo
fluyen las palabras, son destello,
ordenan las ideas hechas verbo
reducen emociones a ser verso.

Y un crisol las deposita en el cerebro,
les da voz cada vez que quieren ser,
cantan, hablan, bailan al través,
danzan del derecho y del revés,
modifican, planifican, rectifican lo que ves
y componen los poemas,
ellas mismas son emblemas,
surgen limpias, son origen del saber.

Subliman lo craso,
exaltan lo escaso,
reducen fracasos,
rezuman poder.


Isabel Barriel - España

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Es como si el sol abriera la boca
y de ella salieran ramas de canela
y una brisa cálida
Es como si la lluvia me abrazara
y se abrasara de mí por accidente
y sudara
Es como si la tierra lo olvidara todo
y se impusieran el buen sueño
y el polvo
Es así, y más.
Jorge Gómez Jiménez – Venezuela

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DES/HILANDO

Ella mira a través de la ventana
la oscuridad alambrada como mueca.
Tiembla la mano en el desierto
de una vida en blanco,
figurando versos descarnados,
ascéticos.
Quisiera que las palabras se amaran
en sus enredados muslos
y besos húmedos.
Quisiera celebrar la carnalidad
del verbo
la abundancia de letras
regocijándose
en placeres de largos fraseados.
La exuberancia del significado
libre de ecos,
encogiéndose de hombros
con el gesto gracioso,
desafiando la tradición exclusiva.
Mira el papel. La luz y la mordaza.
Mira largamente la ventana
y la transforma en puerto.

Nela Río - Canadá

Noticias - AMANDA DURAN



El texto, está marcado por el dolor y sangra constantemente, desde el inicio, como un diluvio de conflictos no resueltos: “La niña que no soy/ que nunca amó a su padre/ y finge/ gemidos falsos/ y falsos/ a ras de hambre/ o muerte”. Abunda la figura de la casa familiar y sus quebrantos, un lugar que se manifiesta en imágenes de amor-rencor o viceversa, a lo largo del poema; otras veces como un momento de reflexión. La imagen del padre muerto ¿o ausente?, es constante, como un fantasma que va y viene en un acorde difuso de la memoria, pero que se empecina en regresar. También se percibe una especie de imagen edípica: “mi padre se atraviesa en mi cama/ apareces”, que toma forma de rabia, de un cuestionamiento familiar muchas veces no claro, puede ser una alerta, una provocación o un llamado de atención sobre los deseos. Quizá un grito contenido: “Construí un muro con los restos de mis hermanos/ oriné en la primera piedra/ para que no se sintieran solos”. O estos otros versos: “me arrancaron un hijo y lo hicieron hombre/ me saquearon el útero/ fermentaste mi sexo/ mi piel/ la sangre frita/ como carnicero entregaste mi pecho/ y lo llenaste de leche/ a mi hijo/ Yo le leo Edipo/ día tras noche/ es/ más hermoso que tú/ y cree que me ama”. Ovulada es un fárrago de analogías y símbolos que asombran por las rasgaduras internas que se reflejan en la conciencia e inconsciente del hablante poético, pero también asombran por el buen manejo del lenguaje y el trabajo de las imágenes. Sobre este punto, Patricio Manns, reflexiona en las palabras preliminares del poemario: “estoy pensando en una conciencia que contenga en sí misma las múltiples referencias necesarias para desarrollar, al menos, una poesía que repose en la sinceridad y la verosimilitud. Y sin embargo, ignoro de donde viene el sentido postrero, tenso y veraz de estos versos, algunos de ellos tan notables y tan vívidos, tan dramáticos y elocuentes, que me dejan confuso, tamboreando en un cacho incalculable”.


Junto al tema central, fijado en el resquebrajamiento de la familia, que bien puede ser cualquier familia, se reconsideran otros sentimientos. Por ejemplo, el amor es abordado a través del conflicto conyugal, de la cotidianeidad, la ilusión, posibles desafectos, etcétera: “sin asco/ revientas mi carne/ sin hambre/ vamos y venimos de la piel sin tocar” (...) “ya no corre amor de tu esperma ni tu sangre/ pieles chillan/ y el silencio es/ lo único que te atraviesa”. Existe también una insinuación incestuosa en muchos versos e imágenes, pero no necesariamente en el sentido formal del concepto, sino como una acción de rebeldía ante la ausencia paterna, como un juego o venganza quizá no asumida. Ovulada es un libro de parámetros muy abiertos a lecturas varias, un puntapié a ciertos valores que permanecen aprisionados en las comisuras de la hipocresía. Los versos son fuertes, asumidos y concretos, descarnados y rotundos, como, por ejemplo, los siguientes: “masturbabas a tu madre/ la imaginabas desnuda/ la trajiste a nuestra casa/ y te acostaste con ella/ pero dijiste mi nombre/ desolado/ me pediste un hijo”. Por otro lado, dentro de tantos elementos trágicos, se percibe un dejo de ironía y placer narrativo. Una obra literaria refleja también el goce de la escritura, el desdoblamiento de los personajes, las distintas intenciones de cada poema; el mensaje que se pretende asumir. En fin, un segundo libro de Amanda Durán, que pasa del desamparo a la indignación, del dolor al placer, de la desazón a la esperanza; también en la poesía es válida la ley de la negación de la negación, y los elementos literarios van transformándose en su contrario como en un espiral. Es el caso de Ovulada.

Alejandro Lavquén- El Clarín de Chile


AMANDA DURÁN PUBLICA OVULADA EN EDICIONES AMARGORD.

Ovulada
Texto: Amanda Durán
Título de portada: Poroavykyá (Los que hacen daño al prójimo)
Diseño de portada: Fernando Calzoni
Diseño y maquetación: Martina Abud
Colección Los Orfebres
Ediciones Amargord
Director de colección: Rodrigo Galarza
ISBN: 978- 84- 87302-72- 5


Amanda Durán publicó su primer libro, Zona primavera (1992), a los doce años, prologado por Nicanor Parra. Posteriormente participó en diferentes proyectos relacionados con lo audiovisual, el teatro y la música. Pero siempre manteniendo la escritura como centro de su arte. Sus textos han aparecido en revistas y sitios en la red. Ovulada (Mago Editores/ 2007- Ediciones Amargord 2008) es un libro donde sin duda manifiesta su talento y capacidad de construir historias con situaciones polémicas y llenas de aristas, que pueden parecer ingratas al ojo conservador, tanto en lo temático como posiblemente en lo estructural. Pero esto da lo mismo cuando la poesía fluye sin límites y el sujeto poético se desarrolla a plenitud, como es el caso de este libro.

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Colaboración de Amargordia.

miércoles, mayo 07, 2008

ARTES VISUALES - FELICIANO MOYA ALCAIDE

Para la bitácora es un gusto poder presentar el trabajo del pintor Feliciano Moya Alcaide, quien gentilmente ha accedido a la petición de la editora para difundir su quehacer pictórico.

Feliciano, nace en 1961 en Aldea del Rey (Ciudad Real - España) y ha caminado el sendero del pintor en solitario, un autodidacta que ha nacido con la sensibilidad de los impresionistas y cuyos cuadros nada tienen que echar en falta de la paleta de luz de un Pissarro ó un Monet.

El pintor manchego, ha realizado diversas exposiciones, entre otras: Exposición Colectiva en la Galería Sta. Engracia (Madrid-1999), Exposición Colectiva en la XII Feria de los Artistas en Atocha (Madrid - 2003), Exposición Sala de Arte-La Garriga (Barcelona - 2005), Exposición Museo de Arte Contemporáneo-F.Picornell-Hellín(Albacete - 2006), Exposición Casa de Cultura - Puertollano (Ciudad Real- 2007), Exposición colectiva en la galeria Rafael de Altea (Alicante - 2007).

Con Uds. algunas obras del pintor.



Paisaje - Técnica mixta


Mimosas - Pastel


Amapolas - Acrílico


Campo veraniego - Acrílico


Llanura - Óleo

martes, mayo 06, 2008

NARRATIVA - EL SEÑOR GARDINER EN PARIS

Jardinero de las nubes, desde Aldea del Rey, nos regala una de sus creaciones,quedan disfrutando de los capítulos que la conforman.



Sinopis realizada por el autor.

FORMA PARTE DE UNO DE LOS LIBROS QUE ESCRIBÍ EN MI JUVENTUD, “PANEGÍRICO DEL SEÑOR GARDINER”. UNO DE MIS LIBROS MÁS CELEBRADOS POR QUIENES LO HAN LEÍDO. NORMAN GARDINER NACIÓ EN OKLAHOMA (USA). TENÍA CUATRO HERMANOS GEMELOS QUE SE FUERON POR LA SENDA DEL CRIMEN, Y LO ARRASTRARON A ÉL INVOLUNTARIAMENTE. UNA VEZ EN DENVER, VIO A UNA JOVEN EN UNA VENTANA, POR ENTRE LAS COPAS DE UN GRUPO DE SÓFORAS DE JAPÓN. TRABÓ AMISTAD CON ELLA. SE LLAMABA CAROL. CONCERTARON UNA CITA, Y UNO DE SUS HERMANOS GEMELOS LE SUPLANTÓ. FUE UN DURO GOLPE PARA NORMAN. ENSEGUIDA TUVIERON QUE HUIR DE DENVER, PERSEGUIDOS POR LA JUSTICIA. NORMAN NUNCA OLVIDÓ A CAROL. EN SALT LAKE CITY LO CAPTURARON, POR UN ROBO DE JOYAS COMETIDO POR OTRO DE SUS HERMANOS, Y LO APRESARON A ÉL EN SU LUGAR. FUE UN PRESO PACÍFICAMENTE REBELDE, Y PASÓ GRAN PARTE DE SU CONDENA METIDO EN CELDAS DE CASTIGO. ALLÍ APRENDIÓ A TOCAR LA ARMÓNICA Y A VIVIR EN SOLEDAD Y A ENCONTRAR A DIOS. ENTRETANTO, SUS HERMANOS SE FUERON A HAWAI. CON EL DINERO ACOPIADO EN SUS INNUMERABLES PILLAJES, COMPRARON UN TERRENO DONDE CASUALMENTE HABÍA UN YACIMIENTO DE DIAMANTES. QUISIERON REPARAR EL DAÑO QUE LE HABÍAN CAUSADO A NORMAN. CUANDO ÉSTE SALIÓ DE LA CÁRCEL, LE AGUARDABA UN ABOGADO QUE LE HIZO ENTREGA DE UNA FORTUNA FABULOSA EN NOMBRE DE SUS HERMANOS. PERO ÉL HABÍA PERDIDO TODA ILUSIÓN Y ESPERANZA DE VIVIR, Y SE FUE A PARÍS COMO SE PODRÍA HABER IDO A CUALQUIER OTRO SITIO. AQUÍ LO ENCONTRAMOS…


El señor Gardiner en París (I)

Otra noche de insomnio. Desde algún lugar lejano, confundida con la voz del viento, suena la dulce melodía de tu armónica. Me asomo a la ventana, y contemplo un soberbio cielo de luna y estrellas. Y los recuerdos de lo que una vez me contaste se reavivan en mi mente... Allá voy...

Los acordeones de los cafetines de París poco tenían que hacer al lado de los aires de tu armónica. Al ver lo bien que tocabas tu instrumento, llegaron a ofrecerte trabajo en el restaurante de la calle de Rívoli donde acostumbrabas a comer, al objeto de entretener a la clientela fija y de atraer nuevos clientes al establecimiento. Tú rechazaste tal oferta de un modo cortés, alegando el hecho de no necesitar trabajo para poder subsistir. Eras un bohemio en toda la extensión de la palabra, un millonario ansioso de vivir. Y por eso estabas en París..., para encontrarle significado a la vida.

Todavía en América, habías oído referir que si un hombre no ha pisado París al menos una vez en su vida no puede decir que ha vivido. París es el ombligo del mundo, la Ciudad de las Luces, la capital de los bulevares floridos...

Entonces decidiste cruzar el charco, como se suele decir habitualmente, y aterrizaste en la más bella ciudad de Francia, y, tal vez, del mundo entero.

Al principio no sabías ni jota de francés; eras muy negado para aprenderlo. Con todo y con eso, el inglés no resultaba desconocido por aquellas latitudes, y no te costó defenderte a efectos de comunicación. Tus ojos comenzaron a admirar todo lo que veían. Aprendiste a apreciar los tesoros que albergaban las dos orillas del Sena. En la de la izquierda (La Rive Gauche): la imponente Torre Eiffel, el Campo de Marte, la cúpula de los Inválidos, los jardines del Luxemburgo, el Instituto de Francia, La Sorbona, el Museo de Historia Natural... Mientras que en la orilla derecha (La Rive Droite) tus ojos también tuvieron abundantes motivos para sentirse cautivados: el bosque y el castillo de Vincennes, la antigua prisión de La Bastilla, el Museo del Louvre, la Biblioteca Nacional, el Palacio de la Ópera, el Arco del Triunfo, los Campos Elíseos, Las Tullerías, y, sobre todo, la Plaza de la Concordia, decorada con el impresionante obelisco de Luxor. Allí tus pies se detuvieron como hechizados, sin haber ido todavía a visitar la Catedral de Notre-Dame en la isla de la Cité.

Nunca me explicaste el motivo que te indujo a permanecer cinco días, con sus respectivas noches, sin moverte prácticamente de ese hermoso rincón de París. Mirabas mucho el obelisco, pero no con ciega devoción. ¿Era la embriagadora luz de aquellos días de primavera, o el cercano murmullo del Sena, o las palomas y golondrinas que anidaban en los tejados de los edificios circundantes? Yo no lo sé, y probablemente tú no lo supieras entonces. Pero, sin embargo, algún motivo debía de existir... Permitiste que la lluvia y el polvo parisinos te cayeran encima. Las hojas de los árboles cubiertos de brotes susurraban por encima de tu cabeza. Sentías hambre, y, a cambio de una sustanciosa propina, enviabas a algún mozalbete al restaurante de la calle de Rívoli a que te trajera alimentos sencillos, sin muchas pretensiones. No querías comida de otro establecimiento, un tópico que había que añadir a tus ya múltiples excentricidades. Pero, señor Gardiner, cinco días sin moverte de la Plaza de la Concordia se me antojan demasiados. Cinco días sin tocar tu sempiterna armónica una sola vez. La gente que frecuentaba el lugar comenzó a mirarte con el rabillo del ojo, tal como si fueras un simio evadido de las jaulas del zoológico del bosque de Vincennes. Las palomas y los gorriones acudían en apretadas bandadas a tu vera, para engullir las migajas de tus frugales refrigerios. Si en Oklahoma hubiera llovido una cuarta parte de lo que llovía en París, la de tu familia hubiera sido una granja próspera, de tierras fértiles y adecuadamente humedecidas... Tanta abundancia en algunos sitios, y tanta escasez en otros.

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El señor Gardiner en París (II)

Y los cinco días pasaron como un suspiro. Te fuiste a una fonda del Barrio Latino, en una de cuyas habitaciones estuviste nada menos que treinta y seis horas seguidas roncando a pierna suelta. Después te despertaste con el estómago enrarecido. Encargaste al dueño de la fonda que te trajera un almuerzo del restaurante de la calle de Rívoli. Como pagabas religiosamente, aquél no tuvo nada que objetarte, pese a disponer la fonda de servicio de restauración. Luego, ya con el estómago lleno, saliste a ejercer un poco más tu único oficio: el de paseante desocupado.

Oíste que daban las cuatro la tarde en el campanario de Saint-Etienne-du-Mont. Jamás escuchaste campanas de más dulce resonancia que las de las iglesias de París.

Tus pies te condujeron al distante barrio de Chapelle. Gentes de manos encallecidas por el trabajo, asomándose a las ventanas de sus humildes casas. Niños alborotadores jugando a la pelota, corriendo de acá para allá, bebiendo agua en las fuentes públicas, acompañando a sus madres a los mercados. Venerada humildad de los años de infancia. El ambiente de este barrio de gente obrera te trajo a la memoria las ya casi olvidadas imágenes de tu vida cuando niño. Sentías náuseas; el principio no podía ser un buen final.

Deseoso de regresar al glamour de los barrios céntricos de la capital, bajaste al metro para escapar de donde estabas, para huir del recuerdo de tus comienzos en una granja humilde del Estado de Oklahoma.

Te apeaste en la Plaza Saint-Michel, y te pusiste a caminar al acaso por el bulevar del mismo nombre. La noche amenazaba con caer sobre París. Callejeando, te presentaste en los jardines del Luxemburgo. Al alcanzar la colina del Observatorio, decidiste conceder un merecido descanso a tus doloridos pies. Te sentaste en un banco, bajo una acacia de ramas ebrias por la efusión de la primavera. El perfume de las flores recién regadas por aspersión acariciaba tu olfato como nube de incienso. El cansancio te impelía a cerrar los ojos..., y el sueño acabó venciéndote.

Recuerdas que soñaste con un bosque de sóforas del Japón, en medio del cual había un alto torreón medieval. Por uno de sus tragaluces se asomó un rostro que hizo estremecer todo tu aletargado subconsciente. La impresión de una luminosa mirada de jovencita causó un agradable hormiguillo en tu corazón. Esa mirada tenía una propietaria, y su nombre era, ¡agonía de tu corazón!, Carol..., tu inolvidable admirada de Denver. Y ese rostro angelical tenía la sonrisa más bonita de cuantas había a tu entender sobre la faz del orbe. Besos de unos labios que debían de saber como la miel de las praderas alpinas. Buscaste en el interior de la ropilla, con que aparecías vestido en el sueño, tu inseparable armónica, para exteriorizar con música lo que tu boca no acertaba a expresar con palabras. Y he aquí que Carol te envió un beso a través de los aires oníricos, y ese beso creó dulcísima impresión sobre tus labios. Embrujo de unos ojos azules como el cielo del mar. La puerta del torreón comenzaba a abrirse, rechinando sobre sus goznes. Por fin ibas a establecer con Carol un contacto más estrecho. Pero sobrevino súbitamente una riada, y vigorosos brazos de agua te alejaban del lugar de todos tus deseos... Gritaste al colmo de tu desesperación...

Sólo era la inoportuna lluvia de París. Te había sorprendido dormido en el banco. El agua caía a cántaros. Agua fría, despiadada; pero era peor la amarga sensación de un sueño perdido. Te llegaste a la cafetería que había en una isla rodeada por un hermoso estanque, en los mismos jardines del Luxemburgo. Allí pagaste una suma asombrosa de dinero para que te trajeran del restaurante de la calle de Rívoli una cena a base de pollo frito y frutas confitadas. El color del dinero era todopoderoso, y dejaba pasar por alto la desfavorable impresión que debía de causar tu escandaloso aspecto de vagabundo. En tanto que comías, no hacías más que acordarte de tu sueño en la colina del Observatorio. ¡Carol otra vez! Después de una eternidad de años sin pensar en ella. Si el dinero pudiera traértela junto a ti... Pero no; ella, con su integridad de mujer, estaba lejos del dominio del vil metal. Hubiera sido tan hermoso pasear con ella por los bonitos bulevares de París, invitarla a navegar por el Sena en un crucero romántico. ¿Era por ello por lo que parecía que no estabas en este mundo; por lo que aspirabas a sacar algo grande y sublime de tu alma? ¿O acaso sería por causa de Dios, tú mentor de las horas de aislamiento en la ya olvidada Penitenciaría Estatal de Utah?...



continuará...

POESIA VISUAL - Revista Veneno

Montaje realizado por el Centro de Poesía Visual (CPV) de Peñarroya - Pueblonuevo, sobre la base de las obras presentadas en Revista Veneno, uno de los boletines que el centro publica.





APUNTES - Los poetas del desgarramiento



Este trabajo no es una suma o inventario de poetas, sino un intento de tratar de precisar y señalar a aquellos escritores que están produciendo una poesía –naturalmente, sin ponerse de acuerdo- y que tienen un común denominador como expresión en sus trabajos literarios: el desgarramiento. Por lo tanto, es un trabajo parcial y arbitrario, donde, seguramente, se han omitido algunos nombres de interés. No se trata, por otro lado, de esbozar una tendencia literaria, sino de comprender cómo unos poetas ven y se enfrentan al mundo, a su existencia y a la poesía.

Precisiones

Hablamos de desgarramiento como aquella fuerza viva que rompe cosas consistentes. Como algo que hiere y revela profundamente los sentimientos del ser humano por parte del autor, y su comunicación y conmoción al lector.

Y no de hablamos de un término muy jugado en estos últimos tiempos, “marginación” o “poetas marginales o de la marginación”, pues este concepto nos remite a un ser agobiado por el mundo, alguien agredido y reacio a los cambios sociales, atrapado en sí mismo y oculto, al maltratado, abandonado y al que soporta las inclemencias de un castigo sin revelarse. Mientras “los poetas del desgarramiento” son todo lo contrario: son los que reconociendo que el mundo produce todas estas inclemencia, tratan de liberarse, existencial y socialmente. He allí la gran y profunda diferencia.

Su tradición o antecedentes

Estos poetas tienen, naturalmente, como toda buena poesía, una tradición en su propia país (y a nivel universal, pero es un aspecto que para el trabajo no tratamos de considerar), es decir, antecedentes cercanos y notables. No nos remitimos tan lejanamente a nombres como Vallejo o Martín Adán, porque sería abusar de la memoria literaria, pero si resaltamos a poetas más cercanos. En primer lugar, y de manera especial (y ya consagratoria) a Blanca Varela (1926). Luego, a otros dos, como Carlos Germán Belli y Washington Delgado, Ambos de 1927. Y curiosamente los tres pertenecen a la llamada generación del 50.
Nos referimos a Blanca Varela porque es una poeta profundamente desgarradora, que conmueve y conmociona, tal vez porque ilumina el lado más árido, complejo y difícil y liberador del ser humano, y porque toca fibras muy profundas y esencialmente humanas de nuestra realidad y existencia, que por los años en que se editaron sus libros, no se tocaban, ya que muchas veces lo esencial ...

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CAMINO PARALELO - VICENTE HUIDOBRO

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