Nat vuelve a la carga con sus simpáticas ideas. Es de agradecer.
Pues os diré que yo tengo una hermosa habitación, quizás la más grande de la casa. Tiene dos muy hermosos ventanales de doble hoja, de los de construcción antigua, con 16 cristales cada hueco. Y aquí os podría contar esa historia del ciego del Hospital que hacía feliz a su compañero de habitación describiéndole los parterres de flores, los vistosos uniformes de una banda de música, el parque de fuentes saltarinas o las puestas de sol multicolores, y mil etcéteras que “veía” desde su ventana.
Porque es que mi habitación es interior en un patio ciego, con un muro pelado a dos metros y pico, que me obliga a tener la luz eléctrica casi todo el día.
No. No me tengáis lástima. No me falta nada. Tengo de todo. Veo de todo por mis ventanas. Porque os aseguro que, como el ciego aquel, dentro de mí están todas las flores, fuentes, colores, historias... Todavía más: desde mi patio no veo ni el cielo. Mal dicho: no veo el firmamento, si hay nubes o si hay pleno sol o si llovizna. El Cielo, el Cielo, sí lo veo. Si me sitúo en dirección a las ventanas, en realidad lo que tengo delante es el ordenador en medio de las dos cristaleras. Y ahí se me abren luces mucho más amplias que las de mi aposento. Porque ahí en la pequeña ventana de mi monitor os veo a cada uno de vosotros, mis varios amigos que estáis ahí, y los otros muchísimos que siguen prefiriendo recibir mis cartas, mi aliento, o mi acompañar sus penas, o leer mis artículos, mis reflexiones, mis deseos de ser cercano a cada uno... Veo así en todos, vosotros o ellos, alegrías, veo contrariedades, veo grandezas, veo limitaciones, veo con ilusión el gozo de una participación fraterna o de un comentario constructivo, o el dolor de un mal rato por una interpretación menos acertada.
Por eso decía que el firmamento no lo veo desde mis ventanas. Pero el Cielo, sí.
Y hasta si me vuelvo de espaldas a mis ventanas veo otro mundo que llena mis espacios lúdicos: una gran colección de mi música favorita. Otra forma de “cielo” que ocupa mi higiene mental cada domingo por la tarde. Y eso es también parte accidental de ese sentirme bien..., bien de verdad.
Ese Cielo que sí puedo ver desde mis ventanas, por algún poco empieza.
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